El miércoles, el mundo se ha visto conmocionado por el anuncio de que las autoridades canadienses arrestaron y confinaron sin fianza a Meng Wanzhou, la vicepresidenta de la gigante empresa china de teléfonos inteligentes, Huawei, bajo cargos presentados por fiscales estadounidenses de infringir sanciones estadounidenses contra Irán. Washington está solicitando su extradición a EUA.
Las afirmaciones de los oficiales estadounidenses de que este paso “no tiene nada que ver con la guerra comercial” son mentiras transparentes descartadas incluso por los que defienden la acción en la prensa. El arresto de Meng el 1 de diciembre y su confinamiento bajo cargos tendenciosos y opacos que potencialmente conllevan una sentencia de 60 años, no son nada menos que un secuestro.
El británico Financial Times, obviamente consternado por la acción de su aliado, describió la detención como “provocativa” y “un empleo del poder estadounidense para perseguir fines políticos y económicos en vez de un acto directo para hacer valer la ley”.
En otras palabras, es una muestra de matonismo para enviar un mensaje a “aliados” y “enemigos” por igual: defiendan los intereses estadounidenses o terminarán como Meng, o peor. En la consecución de sus objetivos geopolíticos, EUA opera como un Estado canalla que viola libremente el derecho internacional.
Además, es el principal protagonista en el descenso internacional hacia la ilegalidad que rememora las condiciones de los conflictos entre las grandes potencias y la criminalidad que condujeron a la Segunda Guerra Mundial. EUA impone sanciones unilaterales e ilegales a cualquier país que considere un obstáculo a su agenda hegemónica y luego emplea métodos terroristas para castigar a cualquiera que desafíe sus dictados.
Sin embargo, después de que las noticias del arresto de Meng impactaran al mundo, el New York Times sonó otro bombazo la mañana siguiente. Mientras Donald Trump estaba discutiendo una “tregua” en la guerra comercial entre EUA y China durante una cena con el presidente chino, Xi Jinping el sábado pasado, el mandatario estadounidense no estaba al tanto del arresto sin precedentes que estaba en marcha.
Otras figuras como el senador demócrata, Mark Warner, el senador republicano, Richard Burr, Y el asesor de seguridad nacional, John R. Bolton, habían sido alertados al respecto. Cuando le preguntaron por qué no le había informado al presidente, Bolton, quien estaba en la misma reunión con Xi, declaró inexplicablemente “ciertamente no le informamos al presidente sobre todas” las notificaciones del Departamento de Justicia.
El arresto de Meng ha socavado cualquier posibilidad de una tregua en la guerra comercial entre EUA y China. El Financial Times advirtió que “Ese acuerdo ya se veía destinado a fracasar. Después del arresto de la Sra. Meng, la fecha para algo de progreso parece como una bomba de tiempo”.
El hecho de que tal provocación ocurriera, según la narrativa semioficial, sin el conocimiento del presidente estadounidense, deja algo muy claro: el conflicto de EUA con China no es el producto de la personalidad de Trump o su variante particular de populismo de “EUA ante todo”. Por el contrario, una sección substancial tanto del Gobierno de Trump como de la burocracia permanente o del llamado “Estado profundo” en las agencias de inteligencia, así como de líderes en el Congreso, se han atrincherado detrás de la agresiva política antichina de Trump.
Respondiendo a las noticias del arresto, el senador Warner, uno de los principales proponentes de la censura en línea de las empresas tecnológicas estadounidenses, aplaudió la acción, declarando: “Ha quedado claro por algún tiempo que Huawei… representa una amenaza para nuestra seguridad nacional”. Añadió: “Tengo la esperanza de que el Gobierno de Trump hará que Huawei rinda cuentas por infringir la ley de sanciones”.
Otras figuras cercanas a los demócratas también celebraron el paso e incluso denunciaron a Trump por no ser lo suficientemente agresivo con China. “Ha pasado demasiado tiempo en que los líderes estadounidenses no han respondido adecuadamente al creciente atrevimiento de China”, escribió el columnista David Leonhardt del New York Times. “Una política con una línea más dura hacia China tiene sentido”.
Ninguno de los tres principales periódicos de EUA —el New York Times, el Washington Post y el Wall Street Journal—, publicó un solo comentario mínimamente crítico de la acción criminal de la Casa Blanca.
Esto demuestra la aceptación bipartidista de los principios detallados por el vicepresidente Mike Pence en un importante discurso programático el 4 de octubre que los comentaristas han llamado el principio de una nueva “guerra fría” con China. En este discurso, Pence exigió que Beijing abandone su plan “Hecho en China 2025”, que Pence acusó de buscar controlar “90 por ciento de las industrias más avanzadas del mundo, incluyendo robótica, biotecnología e inteligencia artificial”.
Pocos días después del discurso de Pence, el Pentágono publicó un estudio sobre la base industrial-militar estadounidense afirmando que el país necesita un abordaje “que involucre a toda la sociedad” en preparación para un conflicto militar con China.
El exasesor político de Trump, el neofascista Seve Bannon, encomió el arresto de Meng como parte de un abordaje “que involucra a todo el Gobierno” para contrarrestar a China. “Bajo Trump”, le dijo al Financial Times, “están viendo por primera vez todas las fuerzas del poder estatal de EUA por primera vez trabajando juntas para enfrentar a China”.
La postura más agresiva de la élite política estadounidense hacia China no significa del todo un repliegue en cuanto a Rusia o Irán. De hecho, en los dos meses desde que Pence anunció su nueva “guerra fría” contra China, Washington ha implementado algunas de sus medidas más belicosas hacia Rusia hasta ahora, como provocar al Gobierno aliado de EUA en Ucrania a enviar buques de guerra hacia aguas reclamadas por Rusia, incitando un intercambio de fuego. El Gobierno de Trump también anunció que se retirará del tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF, por su sigla en inglés).
En su preparación para la guerra contra China, una potencia nuclear, la clase gobernante estadounidense y su aparato militar y de inteligencia dan crítica importancia a su objetivo de detener el desarrollo de Beijing en un rival de alta tecnología, no solo por los intereses económicos de la oligarquía empresarial, sino también para la defensa de la supremacía militar de EUA.
El mundo está al borde de un cambio generacional en la tecnología inalámbrica conocido como 5G. Según sus proponentes, llevará a una expansión masiva del llamado “internet de las cosas”, siendo más barato y capaz que los aparatos “inteligentes” de hoy día. Entre las “cosas” conectadas por 5G no solo habrá electrodomésticos y robots para fábricas, sino también armas de guerra que podrán utilizar la red de comunicaciones para darles una ventaja en precisión y velocidad.
Huawei es el mayor proveedor de infraestructura 5G del mundo y EUA está buscando emplear todos sus instrumentos de poder económico, militar y geopolítico para expulsar a China del sector en interés de su dominio económico y militar global.
El segundo factor y no menos importante es el crecimiento de las tensiones sociales y de la oposición política. En condiciones que el centro de pensamiento Atlantic Council llama una “crisis de legitimidad” del Estado, frente a la expansión de la oposición en la clase obrera, la burguesía busca crear un enemigo externo, sea Rusia o China, para desviar las explosivas tensiones de clases hacia afuera. China, como lo pone recientemente el columnista del Times, Leonhardt, puede servir como “un claro antagonista” para el público estadounidense.
Finalmente, la protección del sector tecnológico estadounidense y la expansión de sus monopolios globales sin duda influyen significativamente en avanzar su integración en el aparato de inteligencia estadounidense. Los gigantes tecnológicos, a petición de figuras como Warner, han implementado la censura masiva de puntos de vista de oposición, así como una red amplia de espionaje de la población estadounidense durante los últimos dos años. A cambio, han recibido lucrativos contratos con el ejército, la policía y las agencias de inteligencia, y el Estado emprende contra sus rivales, como Huawei.
Las acciones de Washington presentan un peligro devastador. En su ofensiva contra China, EUA está alimentando las condiciones que llevaron a dos guerras mundiales el siglo pasado.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 8 de diciembre de 2018)