Los primeros dos días de audiencias televisadas del juicio político contra Donald Trump han dejado en claro el carácter del conflicto en Washington. Mientras los demócratas presentan sus acusaciones de “soborno” y “obstrucción” contra el presidente, el testimonio pone de manifiesto que están utilizando el juicio político para disputar el rumbo en política exterior.
Los primeros tres testigos, el secretario de Estado adjunto, George Kent, el embajador William Taylor y la embajadora Marie Yovanovitch han ocupado significativos papeles en los esfuerzos del imperialismo estadounidense durante los últimos 15 años, instando un régimen títere en Ucrania, que fue el segundo mayor componente después de Rusia de la Unión Soviética.
La intervención inicial de EE. UU. en Ucrania asumió la forma de la “Revolución Naranja” de 2004, que llevó a la expulsión del régimen prorruso encabezado por Víktor Yanukóvich y su reemplazo por Víktor Yúshchenko, quien favorecía a occidente. Sin embargo, Yúshchenko y su corrupta primera ministra, Yulia Timoshenko, apodada la “princesa del gas” por su papel en robar una fortuna de la industria, pronto perdieron el apoyo de la población. En 2010, Yanukóvich volvió a la escena política, ganó la elección presidencial y reestableció sus lazos estrechos con Moscú.
En 2013-2014, Washington intentó nuevamente con una campaña llamada la “revolución del Maidan”, el nombre de la plaza central en Kiev ocupada por manifestantes antigubernamentales. Una famosa llamada telefónica filtrada entre la secretaria adjunta de Estado, Victoria Nuland y el embajador estadounidense en Ucrania, Geoffrey Pyatt, documentó el papel de Washington en dirigir la campaña derechista que envió eventualmente a Yanukóvich al exilio. Nuland presumió que EE. UU. había gastado $5 mil millones en Ucrania para promover sus intereses.
Kent, Taylor y Yovanovitch, aclamados como paladines de la virtud y el profesionalismo por parte de la prensa y los miembros de la comisión de inteligencia de la Cámara de Representantes, tanto demócratas como republicanos, son los herederos y continuadores de esta empresa criminal imperialista. Estos son sus motivos principales: abrir Ucrania, con sus 40 millones de personas y vastos recursos naturales, a la explotación de las corporaciones multinacionales estadounidenses; y socavar a Rusia estratégicamente creando un bastión proestadounidense en su flanco sur, como parte de la campaña general de Washington para enfrentar a Rusia en toda Europa del este y Oriente Próximo y consolidar la posición dominante de EE. UU. en Eurasia.
Este papel plenamente reaccionario y proimperialista fue exhibido el viernes en el tributo que Yovanovitch rindió en su testimonio a Arsen Avakov, el ministro del Interior ucraniano (a cargo de la policía interna), tanto bajo el actual presidente Volodimir Zelenski y su predecesor Petro Poroshenko. Avakov es el principal patrocinador de las milicias fascistas como el Batallón Azov, las cuales glorifican a los ucranianos que colaboraron con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial contra la Unión Soviética contra la Unión Soviética. En otras palabras, los oficiales del Departamento de Estado celebrados en la prensa por defender la democracia estadounidense están colaborando con fascistas en Ucrania.
Mientras Yovanovitch aclamaba a Avakov, Kent citó a varios inmigrantes que ve como héroes por defender EE. UU., Zbigniew Brzezinski y Henry Kissinger, dos de los principales criminales de guerra de la segunda mitad del siglo veinte.
En la opinión de estos operadores en el frente imperialista estadounidense, junto con las agencias de inteligencia cuyos intereses son representados por los demócratas, Trump está poniendo en peligro la posición ya débil de Estados Unidos en Ucrania. Esto no solo aplica en cuanto a chantajear a Zelenski para obtener municiones políticas contra Biden y los demócratas, sino la política general de Trump en la región. Ha dicho que se debería invitar a Putin a la próxima cumbre del G-7 (en la que EE. UU. es el anfitrión), esencialmente reconstituyendo el G-8 del cual fue expulsado Rusia en 2014. Ha sugerido que le gustaría visitar Moscú en mayo del próximo año para celebrar el 75 aniversario de la victoria soviética contra la Alemania nazi. En ojos del aparato militar y de inteligencia, son aún más peligrosos sus encomios a la cooperación rusa en las operaciones especiales estadounidenses para asesinar al líder del Estado Islámico, Abubaker al Bagdadi, algo seguido inmediatamente por la orden de Trump de sacar tropas del noreste sirio, permitiendo que Turquía, Rusia y el régimen de Asad recuperen zonas previamente ocupadas por las tropas de operaciones especiales estadounidenses.
En sus comentarios a la prensa el jueves, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi subrayó el foco del juicio político en cuestiones de política exterior. Dijo que las acciones de Trump son mucho peores que el escándalo de Watergate que obligó la renuncia del presidente Richard Nixon, efectivamente comprometiendo a los demócratas a poner a voto los artículos del juicio político en la Cámara de Representantes y obligar al Senado a enjuiciar al mandatario.
Pelosi repitió la frase, “Todos los caminos llevan a Putin”, es decir, que las decisiones de Trump en política exterior —incluyendo el retiro de ayuda militar de Ucrania— tienen en común que favorecen al presidente ruso. En otras palabras, está reviviendo detrás de un nuevo ropaje, la campaña antirrusa basada en acusaciones fraudulentas de que Moscú intervino de forma masiva en las elecciones presidenciales de EE. UU. en 2016.
La dirección demócrata está decidida a excluir de su enfoque para la investigación del juicio político los crímenes reales de Trump, limitándolo completamente a su conflicto con la cúpula de seguridad nacional por diferencias de política exterior relacionadas a Rusia, Ucrania y Oriente Próximo. La propia Pelosi ha declarado repetidamente que cualquier diferencia con Trump en cuanto a su persecución de inmigrantes, sus ataques contra los derechos democráticos, sus recortes de impuestos a los ricos y su intento de desarrollar un movimiento fascistizante pueden esperar a las elecciones de 2020. Solo su distanciamiento del consenso en política exterior en Washington contra Rusia amerita la drástica medida de un juicio político, cuyo propósito no es deponer a Trump, sino un cambio de política en este crítico ámbito.
La conexión entre el juicio político y las diferencias de política exterior fue descrito el viernes en la portada del New York Times, en un análisis del principal especialista de política exterior del diario, David Sanger, un frecuente vocero de las inquietudes de la CIA, el Departamento de Estado y el Pentágono, bajo el titular “Para el presidente, un caso de política vs. obsesión”.
Sanger diferenció la campaña actual de juicio político con las llevadas a cabo contra Nixon y Bill Clinton, argumentando que involucra problemáticas mucho más serias porque ni Watergate ni el escándalo sexual de Clinton “afectó los intereses nacionales de EE. UU. en los enfrentamientos geopolíticos de mayor peso en sus respectivas eras”.
Esta evaluación es absurda en relación al caso de Nixon y Watergate, que derivó directamente de la derrota del imperialismo estadounidense en Vietnam y los esfuerzos frenéticos de Nixon para suprimir la oposición a la guerra por medio de un espionaje político masivo y prevenir la publicación de los Papeles del Pentágono, irrumpiendo finalmente en las oficinas del Comité Nacional Demócrata.
Pero Sanger procede a describir en términos sorprendentemente honestos las verdaderas cuestiones en juego en la política exterior en torno al juicio político contra Trump. Escribe, “En un Washington por lo demás dividido, uno de los pocos temas donde ha habido un acuerdo bipartidista en los últimos seis años ha sido en contrarrestar el plan general de alteración del presidente ruso, Vladimir V. Putin. Ese esfuerzo inició en Ucrania, donde ha habido una guerra candente en el este por cinco años…”.
Según Sanger, Trump ha traicionado la política antirrusa delineada por su propio Gobierno en la perspectiva estratégica del Pentágono, que declara que la “guerra contra el terrorismo” se ha visto superada como prioridad para EE. UU. por la “competición entre grandes potencias”, particularmente contra China y Rusia. Sacrificó esta política por sus propios intereses electorales. Como lo expresó el comentario del embajador estadounidense ante la Unión Europea, Gordon Sondland, “Al presidente de Trump le importa más la investigación de Biden” que el conflicto militar entre Ucrania y Rusia.
La campaña de juicio político contra Trump carece de todo contenido democrático. No es un esfuerzo para revertir ninguno de los ataques reaccionarios de Trump contra la clase obrera y los derechos democráticos. Es un conflicto entre dos facciones reaccionarias de la élite gobernante estadounidense, el fascistizante Trump y los demócratas respaldados por la CIA, respecto a la dirección de política exterior imperialista.
Los trabajadores estadounidenses no se pueden alinear con ninguna de estas facciones, sino que deben avanzar su propia alternativa a la política exterior de dominio, subversión y saqueo imperialistas, basándose en la lucha por la unidad internacional de la clase obrera con base en un programa socialista.
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¡No al fascismo estadounidense! ¡Construyan un movimiento de masas para deponer a Trump! [15 octubre 2019]
(Publicado originalmente en inglés el 16 de noviembre de 2019)