La debacle electoral sufrida por el Partido Laborista bajo el liderazgo de Jeremy Corbyn en las elecciones generales británicas del jueves es otro ejemplo de la bancarrota política que representan las organizaciones que se hacen pasar por izquierdistas y obreras.
Corbyn se enfrentaba a un Gobierno ampliamente odiado e internamente dividido cuyo líder es visto como parte monstruo y parte payaso, en medio de niveles récord de desigualdad social y un aumento en el apoyo al socialismo.
No obstante, Corbyn y el Partido Laborista no solo fueron incapaces de aprovechar la situación, sino que sufrieron una derrota electoral abrumadora.
No harán falta las explicaciones fraudulentas de la debacle laborista. La derecha declarará que la victoria de Johnson es culpa de la política “de extrema izquierda” de Corbyn, el peligro de que implementara una revolución socialista, etcétera.
Para cualquiera con el mínimo conocimiento del registro del Partido Laborista y la conducción de Corbyn, tales acusaciones son absurdas.
Los corbinistas darán sus propias excusas premeditadas, transfiriendo la culpa de ellos mismos a la clase obrera, a la cual denunciarán de no ser lo suficientemente ilustrada como para votar por Corbyn. La izquierda de la clase media internacionalmente respondió al resultado con una muestra patética de desmoralización. “Estoy llorando. Tú estás llorando”, lamentó un titular en la revista Jacobin .
“La lucha incluso para mantener las cosas igual será mucho más difícil. Pero, como consolación, por lo menos ahora tenemos más camaradas con quienes llorar”.
Lloran por ellos mismos, no por las consecuencias de sus propias acciones en promover el odiado y desacreditado Partido Laborista.
Reino Unido es ahora encabezado por un Gobierno conservador de extrema derecha que, bajo Boris Johnson, está comprometido con salir de la Unión Europea (UE) el 31 de enero para completar la “revolución thatcherista”.
Johnson se orientará hacia las guerras comerciales y militares en alianza con el Gobierno de Trump a expensas de empleos, salarios y condiciones laborales. Su agenda es destruir el Servicio Nacional de Salud, azuzar el nacionalismo, imponer medidas antiinmigrantes y atacar frontalmente los derechos democráticos.
En medio de todas las mentiras y mugre escupidas por la prensa en esta elección, algo que dijo es cierto: Corbyn era ampliamente impopular.
Era impopular porque, en los cuatro años desde que obtuvo la conducción del Partido Laborista con un amplio margen, traicionó plenamente la confianza de los que votaron por él. Débil, indolente, perezoso, renuente a demostrar cualquier capacidad para luchar, Corbyn personificó la cobardía y la capitulación.
Corbyn se opuso a los esfuerzos para expulsar a los blairistas, permitió un voto libre sobre bombardear Siria, prometió continuar el programa nuclear Trident, apoyó los objetivos de gasto de la OTAN y declaró que utilizaría armas nucleares. Sus principales partidarios fueron expulsados del partido con base en acusaciones falsas de antisemitismo, mientras Corbyn no levantó ni un dedo en su defensa.
No obstante, la personalidad de Corbyn era el reflejo de su política en quiebra. Toda su carrera política, centrada en torno a una alianza con los estalinistas del Morning Star, involucró intentar distanciarse de los crímenes políticos más significativos del Partido Laborista, como la guerra de 2003 en Irak, sin jamás poner en riesgo su posición en Westminster.
Lo que expone la debacle laborista es un tipo de política que intenta negar la naturaleza revolucionaria de la clase obrera.
Bajo el liderazgo de Corbyn, el laborismo abandonó cualquier llamado de clase, optando por una agenda basada en la política de identidades, como raza, nacionalidad, etnicidad, género y orientación sexual.
La ideóloga de la izquierda de clase media, Chantal Mouffe, describió a Corbyn como potencialmente el ejemplo más exitoso de una nueva ola de “populismo de izquierda” porque “encabeza un gran partido y cuenta con el apoyo de los sindicatos”. El resultado dependía de que rechazara “la frontera política tradicional de la izquierda… establecida sobre la base de las clases”.
Los que ahora lloran por la derrota de Corbyn están descubriendo que sus propias ilusiones no eran compartidas por las amplias masas de la población, que ya le habían sacado la medida a Corbyn.
La trágica verdad es que, de haber ganado, Corbyn iría al palacio Buckingham para besarle la mano a la reina y luego anunciaría un gabinete dominado por la derecha laborista. Los personajes implicados en la participación de Tony Blair en la criminal guerra en Irak, o incluso el propio Blair, serían elegidos para ocupar el número 10 de Downing Street, la residencia del primer ministro.
La traición de Corbyn hubiera sido mucho más abyecta que el Gobierno de “izquierda radical” de Syriza en Grecia, que convirtió el país en un Estado vasallo del FMI y la Unión Europea, una prisión inmunda para refugiados y virtualmente una dictadura policial.
Un Gobierno de Corbyn no habría tenido ni una pizca de reforma social. La única diferencia es que las nominaciones se hubieran hecho para satisfacer varios criterios étnicos, raciales, de género y sexuales en línea con los requisitos de la política de identidades.
La debacle de Corbyn expone no solo al Partido Laborista, sino toda la perspectiva del “camino parlamentario al socialismo”. Las grandes problemáticas de la guerra, la pobreza, la desigualdad social no ser solucionarán con campañas electorales inteligentes.
La precondición para resolver cualquier gran problema social que enfrenta la humanidad es una movilización masiva de la clase obrera y la intensificación de la lucha de clases a una escala global.
Solo un movimiento que se identifique con esta lucha, que supere el miserable debate nacionalista en torno al brexit, y que luche por un programa de unidad proletaria internacional podrá ganarse la confianza de la clase obrera y liderarla en la lucha por el socialismo.
Esta es la perspectiva del Comité Internacional de la Cuarta Internacional.
(Publicado originalmente en inglés el 14 de diciembre de 2019)