Las tres semanas desde el asesinato de George Floyd en Minneapolis el Día de los Caídos han sido un estallido de protestas de masas por todo Estados Unidos y en países de cada continente.
El movimiento de masas se encuentra en sus etapas iniciales. No ha asumido aún, en un sentido político y programático, un carácter distintamente de clase obrera y socialista. Las consignas planteadas a este punto son de un carácter ampliamente democrático, centrado en la cuestión de brutalidad policial.
Las fuerzas políticas que lo dominan actualmente provienen de sectores adinerados de la clase media y de la propia clase gobernante, con estrechos lazos a la élite política. Buscan imponerles a las protestas una narrativa y orientación racialistas y prevenir así la aparición de cuestiones críticas de clase detrás de la ira social y oposición generalizadas que, si se plantearan, presentarían una seria amenaza al sistema capitalista.
No obstante, este movimiento tiene una importancia objetiva inmensa. Marca el fin de un largo periodo de reacción política. Durante las últimas cuatro décadas, la clase gobernante ha librado incansablemente una guerra de clases. Los esfuerzos de resistencia de la clase obrera en Estados Unidos e internacionalmente contra esta ofensiva fueron socavados por las traiciones de las viejas burocracias estalinistas, socialdemócratas, laboristas y sindicales, las cuales son ávidamente procapitalistas, así como por la bancarrota de sus programas reformistas nacionales.
La reaccionaria ofensiva de la clase gobernante, que se remonta a los años ochenta, fue intensificada tras la disolución de los regímenes estalinistas en la Unión Soviética y por toda Europa del Este entre 1989 y 1991. Estos acontecimientos fueron aclamados por las élites gobernantes, describiéndoles como el triunfo final e irreversible del capitalismo. Se proclamó que el espectro de una alternativa socialista al capitalismo había sido derrotado finalmente.
El lanzamiento de la guerra del golfo Pérsico de 1990-91 marcó el inicio de tres décadas de neocolonialismo y militarismo imperialistas sin cuartel. Desde la proclamación de la guerra contra el terrorismo de 2001, EE.UU. no ha pasado ni un solo día sin guerra.
Al interior del país, la principal característica de las últimas tres décadas ha sido el crecimiento de un nivel impactante de desigualdad social. Los programas sociales han sido destruidos, los salarios han sido recortados e industrias enteras fueron desmanteladas para alimentar la implacable alza de las bolsas de valores. Los tres estadounidenses más ricos controlan más riqueza que la mitad de la población nacional. Esto también es parte de un proceso global. Los milmillonarios del mundo poseen más riqueza que los 4,6 mil millones de personas más pobres del planeta.
La consecuencia inevitable de la desigualdad social es el resquebrajamiento de las formas democráticas de gobierno. La concentración masiva de la riqueza crea tensiones sociales que no pueden ser reconciliadas mediante los canales tradicionales democráticos. La violencia empleada por el Estado capitalista contra la clase obrera —y especialmente sus secciones más pobres y vulnerables— asume una forma cada vez más brutal. Las prácticas homicidas de la policía son tan solo la expresión más desnuda de la violencia de clase. Por más horrenda que haya sido la estrangulación pública de George Floyd, fue solo uno de los mil asesinatos policiales en las calles estadounidenses cada año.
Un periodo prolongado de reacción social y política significa la supresión forzada y artificial de las contradicciones sociales y económicas. El grado de supresión de estas contradicciones también define la intensidad de los estallidos que vendrán. Las manifestaciones en EE.UU. y todo el mundo son solo una indicación inicial del enojo que se ha estado acumulando entre las masas.
El carácter y alcance de las manifestaciones no solo refleja el desbordamiento de la ira popular. También refleja el impacto de desarrollos objetivos en las bases económicas y tecnológicas de la sociedad moderna. Ante el trasfondo de la reacción política, el proceso de globalización económica y la aparición del internet y formas relacionadas de comunicación tienen implicancias revolucionarias de gran alcance.
Estos procesos interrelacionados han intensificado las contradicciones esenciales entre el sistema occiso de los Estados nación y la realidad de una economía global. Más allá, el proceso de globalización ha creado la base para un movimiento unido internacionalmente de la clase obrera contra el capitalismo. La posibilidad de la unidad global de la clase obrera no es una visión utópica. Su realización concreta surge de las condiciones existentes de la producción global capitalista.
Tan temprano como 1988, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional anticipó esto. Escribió, en La crisis capitalista mundial y las tareas d e la Cuarta Internacional:
Ha sido una premisa básica del marxismo por mucho tiempo que la lucha de clases solo es nacional en forma pero que, en esencia, es una lucha internacional. Sin embargo, dados los nuevos aspectos de desarrollo capitalista, incluso la forma de la lucha de clases debe asumir un carácter internacional. Incluso las luchas más elementales de la clase obrera presentan la necesidad de coordinar sus acciones a escala internacional.
El movimiento contra la violencia policial es multinacional, multirracial y multiétnico. Aparece a estala global porque las contradicciones que lo impulsan son fundamentalmente internacionales.
La clase gobernante está aterrada por las consecuencias. El Center for Strategic and Internacional Studies (CSIS), un centro de pensamiento imperialista líder, advirtió más temprano este año: “Estamos viviendo en una era de protestas de masas globales sin precedente histórico en su frecuencia, alcance y tamaño… Los ciudadanos están perdiendo su fe en los líderes actuales, las élites y las instituciones y están tomando las calles en frustración y frecuentemente disgusto”.
Este es el carácter de las protestas contra la violencia policial. Como siempre, los representantes de la clase gobernante están buscando acorralar y redirigir el movimiento hacia canales seguros.
El objetivo de los sectarios raciales es desviar la atención de la policía como un instrumento del Estado capitalista y guardianes de primera línea del gobierno de clase. Más allá, sus esfuerzos para imponer una narrativa racial a las manifestaciones contradicen su obvio carácter multirracial, multiétnico y multinacional. Un estudio de un sociólogo en la Universidad de Maryland descubrió que el 61 por ciento de los manifestantes en Nueva York, 65 por ciento en Washington y 53 por ciento en Los Ángeles han sido blancos. Más allá, las encuestas han registrado un apoyo abrumador a las protestas contra la violencia policial entre estadounidenses de todas las razas.
La oposición a la violencia policial no puede ser puesta en cuarentena lejos de las cuestiones más amplias de clases. Las manifestaciones contra el asesinato de George Floyd están ocurriendo en medio de la pandemia del COVID-19, que ha expuesto la brecha social que divide a la élite corporativa financiera de la clase obrera. No le resta nada al enojo provocado por el asesinato de George Floyd llamar atención al hecho de que más de 115.000 estadounidenses han muerto del coronavirus durante los últimos tres meses. Las autoridades sanitarias están declarando abiertamente que 200.000 personas morirán del contagio para cuando acabe el verano. Pero es probable que la cifra real sea significativamente mayor.
Las muertes son la consecuencia directa del fracaso del Gobierno de Trump y sus predecesores en prepararse para una pandemia que los científicos habían estado prediciendo en los últimos 20 años. La negativa a asignar los recursos apropiados fue el resultado de los cálculos más burdos en busca de lucro. Aún peor, cuando inició la pandemia, el principal interés de la clase gobernante fue explotar la emergencia sanitaria para orquestar otro rescate multibillonario de las empresas y los intereses financieros de Wall Street. No bien se aprobó la Ley CARES a fines de marzo, el Gobierno abandonó incluso sus esfuerzos mínimos para contener el virus.
En cambio, la élite política —tanto los demócratas como republicanos— adoptó la demanda de una “reapertura” pronta de la economía.
Una catástrofe económica y social de plena escala asola EE.UU. Más de 20 millones de personas están desempleadas y no se está preparando ningún programa social para contrarrestar el impacto devastador en las vidas de la clase obreras y sectores sustanciales de la clase media. De hecho, el espectro del empobrecimiento está siendo aprovechado para acelerar el regreso al trabajo. El Gobierno de Trump y sus aliados congresistas se oponen a extender el apoyo mensual de $600 en beneficios por desempleo porque los pagos “desincentivarán” el regreso de los trabajadores a fábricas y otros centros de producción y laborales con condiciones inseguras.
El enojo está creciendo en la clase obrera. Está volviéndose cada vez más evidente que la lucha contra la pandemia y sus consecuencias conducirá a un enfrentamiento político contra el Gobierno de Trump, el sistema bipartidista reaccionario y controlado por las corporaciones y el capitalismo.
Cuando Trump se pronunció sobre la necesidad de suprimir el movimiento de protesta antes de que se saliera de control e intentó iniciar un derrocamiento militar de la Constitución, tenía en mente la gran posibilidad de un estallido masivo de acciones por parte de la clase obrera, incluyendo huelgas que paralizarían la economía, imposibilitarían el funcionamiento continuo de su Gobierno y suscitarían la cuestión de la transferencia del poder político a la clase obrera.
El Partido Socialista por la Igualdad, en colaboración con sus correligionarios políticos en el Comité Internacional de la Cuarta Internacional, dirige su actividad hacia elevar la consciencia política de la clase obrera, estableciendo su independiente frente a esos partidos y líderes que representan los intereses del capitalismo, alineando su actividad como clase con la lógica objetiva de los eventos y dirigiendo las protestas contra la injusticia del asesinato de George Floyd y tales incidentes de brutalidad policial en un movimiento de masas, encabezado por la clase obrera, por el socialismo.
(Publicado originalmente en inglés el 15 de junio de 2020)