En semanas recientes, los participantes de las manifestaciones contra la violencia policial en Estados Unidos han exigido desmontar los monumentos a los líderes confederados que emprendieron una insurrección por defender la esclavitud durante la guerra civil estadounidense de 1861-65.
Pero la justificable demanda de quitar los monumentos a defensores de la desigualdad racial ha sido acompañada injustamente por ataques contra los monumentos de aquellos que lideraron la guerra civil que acabó con la esclavitud y la Revolución estadounidense que, al defender el principio de la igualdad, puso por primera vez en cuestión la institución de la esclavitud.
El domingo pasado, una estatua de Thomas Jefferson, el autor de la Declaración de Independencia, fue arrancada en Portland, Oregón. Fue seguida, cuatro días después, por la estatua de George Washington, quien encabezó las fuerzas que derrotaron a los británicos durante la Revolución estadounidense.
El viernes, los manifestantes en San Francisco derribaron una estatua de Ulysses S. Grant, quien estuvo al mando de la victoria de la Unión en la guerra civil y quien suprimió al Ku Klux Klan durante la Reconstrucción.
Ahora está en marcha una campaña en redes sociales para quitar el famoso Monumento a la Emancipación, en el que Abraham Lincoln aparece de pie frente a un esclavo arrodillado que fue liberado. La estatua, erigida en 1876 fue de hecho pagada por esclavos liberados. Frederick Douglass dio el discurso de dedicación.
Nadie puede oponerse a desmontar los monumentos a los líderes de la Confederación, que dedicaron sus vidas al rechazo de la tesis de que “todos los hombres son creados iguales”. Estas figuras buscaron “exprimir su pan del sudor de las caras de otros hombres”, en las palabras del segundo discurso de inauguración de Lincoln.
Los monumentos a los líderes de los estados confederados fueron colocados en un periodo de reacción política después del fin de la Reconstrucción, con el objetivo de legitimar la Confederación como parte de la escuela de la “causa perdida” en la historiografía, que negó el carácter revolucionario de la guerra civil estadounidense.
Pero quitar los monumentos de los líderes de la guerra revolucionaria y civil de EE.UU. es injustificable. Estos hombres encabezaron importantes luchas sociales contra las mismas fuerzas reaccionarias que justificaron la opresión racial como una encarnación de la desigualdad fundamental de los seres humanos.
Es completamente posible que aquellos que participaron en la profanación de los monumentos de los líderes de ambas revoluciones estadounidenses no sabían lo que hacían. Si ese es el caso, entonces la culpa recae en aquellos que incitaron estas acciones.
En los meses previos a estos eventos, el New York Times, hablando en nombre de secciones dominantes de la élite política demócrata, emprendió una campaña para desacreditar tanto la Revolución estadounidense como la guerra civil.
En el Proyecto 1619 del New York Times, la revolución estadounidense fue presentada como una guerra para defender la esclavitud y Abraham Lincoln fue proyectado como un racista corriente.
Es necesario un esclarecimiento histórico sobre algunas de las figuras históricas más importantes.
Thomas Jefferson fue el autor de probablemente la oración revolucionaria más famosa en la historia mundial: “Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí solas, que todos los hombres son creados iguales”. Esa declaración ha sido inscrita en la bandera de todas las luchas por la igualdad desde 1776. Cuando Jefferson la formuló, estaba cristalizando una nueva forma de pensamiento basado en el principio de la igualdad natural humana. El resto del preámbulo de la Declaración de Independencia plantea en un lenguaje ardiente el derecho natural del pueblo a la revolución.
La Revolución estadounidense ofreció un impulso poderoso en la dirección que llevó a la Revolución francesa de 1789 y la mayor rebelión de esclavos en la historia, la Revolución haitiana de 1791, en la que los esclavos se liberaron y deshicieron el dominio colonial francés.
George Washington fue el comandante del Ejército Continental en la Revolución estadounidense (1775-1783), en la que las 13 colonias reafirmaron su independencia de los amos coloniales británicos. Washington, en una decisión que electrizó al mundo, cedió su puesto militar para regresar a la vida privada, ayudando a instituir en la práctica la separación entre el poder civil y el militar en la república.
Abraham Lincoln debe contarse entre las figuras más importantes de la historia moderna. Como líder del norte o la Unión en la guerra civil, se reveló a lo largo de la guerra que su propósito histórico era destruir lo que sus contemporáneos llamaban el “poder esclavista”. Lincoln presidió la lucha hasta la victoria en abril de 1865, días antes de ser convertido en un mártir de la causa por la libertad humana. El mundo lamentó su muerte. Esto fue tanto en el norte como en el sur, y especialmente entre los esclavos liberados. “El mundo lo descubrió como héroe hasta después de ser convertido en un mártir”, escribió Marx.
Ulysses S. Grant fue un héroe de la guerra civil cuya estatura solo fue superada por la de Lincoln. Antes de su ascenso a encabezar todo el esfuerzo militar en 1864, la causa de la Unión había sido obstaculizada por generales que se oponían al impulso emancipador de la guerra civil.
Grant y su amigo de confianza, el general William Tecumseh Sherman, reconocieron que la derrota del sur requería una guerra para arrancar la esclavitud desde la raíz. “No me puede hacer falta este hombre. Da batalla”, dijo Lincoln sobre Grant. En la Casa Blanca, Grant se vio abrumado por la fuerza del capitalismo desatada por la guerra civil, pero defendió a los esclavos liberados y suprimió al Ku Klux Klan. Después de retirarse de la Presidencia en 1877, Grant hizo una gira por Europa, donde multitudes de obreros atendieron sus eventos y discursos públicos.
Los ataques a los monumentos de estos hombres tuvieron su precursor en el intento cada vez más desesperado del Partido Demócrata y el New York Times para “racializar” la historia estadounidense — para crear una narrativa en la que la historia de la humanidad se reduzca a la historia de una lucha racial—. Esta campaña ha contaminado la consciencia democrática, lo que se integra completamente a los reaccionarios intereses políticos que la impulsan.
Cabe notar que una institución que parece ser inmune a esta depuración es el Partido Demócrata, que sirvió como el ala política de la Confederación y, subsecuentemente, del Ku Klux Klan.
Este inmundo legado histórico tan solo se compara con el registro contemporáneo del Partido Demócrata en apoyar guerras cuyo principal objetivo, de hecho, no eran personas blancas. Los demócratas apoyaron la invasión de Irak y Afganistán y los destruyeron, bajo Obama, Libia y Siria. El New York Times fue el paladín y propagandista principal de todas estas guerras.
El New York Times y el Partido Demócrata pretenden confundir y desorientar los sentimientos democráticos de las masas populares que están entrando en luchas políticas contra el sistema capitalista y sus fuerzas represivas dentro del Estado porque saben que el creciente movimiento multirracial, multinacional y multiétnico de la clase obrera se llevará a cabo en oposición directa a su propia política.
Hay muchas personas involucradas en derribar estas estatuas que no entienden las implicaciones políticas de lo que hacen. Sin embargo, la ignorancia no es una excusa. Las acciones tienen un significado objetivo. Aquellos que ataquen la Revolución estadounidense asisten a la reacción contemporánea.
(Publicado originalmente en inglés el 22 de junio de 2020)