El anuncio del Departamento del Tesoro de EE.UU. de que la deuda nacional pública superó los $30 billones constituye un hito de la profundización de la histórica crisis del capitalismo estadounidense.
Durante las últimas décadas, particularmente desde el derrumbe financiero de 2009, la clase gobernante y las instituciones de su Estado han intentado ocultar esta crisis inundando el sistema financiero con dinero creado con presionar un botón. Pero sigue manifestándose y asumiendo formas cada vez más malignas.
En su reporte sobre el nivel de la deuda, el New York Times lo describió como “un hito fiscal ominoso que subraya la naturaleza frágil de la salud económica del país a largo plazo, mientras lidia con el aumento de los precios y la posibilidad de mayores tasas de interés”.
Es casi imposible concebir el tamaño de la deuda. Pero, para ponerlo en perspectiva, los $30 billones son $7 billones más que el producto interno bruto de EE.UU.: el total de bienes y servicios producidos en un año, que actualmente es de $23 billones.
Y el paso del aumento de la deuda se acelera. A inicios de 2020, se pronosticaba que alcanzaría $30 billones para el fin de 2025. La aceleración se le está atribuyendo al mayor gasto por la pandemia. Pero dicho análisis ignora dos hechos vitales.
En primer lugar, el golpe asestado por el coronavirus a la economía estadounidense se multiplicó muchas veces por la negativa criminal del Gobierno, bajo Trump y Biden, de tomar medidas de salud pública significativas, especialmente para contener el brote desde un inicio. Esto se debió al temor de que afectara negativamente la bolsa de valores. Además, gran parte del gasto en la pandemia ha estado conformado por los miles de millones de dólares entregados a las grandes corporaciones, al tiempo en que se les ha concedido más exoneraciones fiscales.
En segundo lugar, el aumento de la deuda, que se remonta varias décadas, no se debe al aumento en el gasto en servicios e instalaciones sociales. De hecho, este gasto se ha seguido disminuyendo. En cambio, deriva del aumento en el gasto militar —el actual presupuesto militar alcanzó un nuevo récord de $770 mil millones—, así como los continuos recortes de impuestos para los ultrarricos y las mayores corporaciones, muchas de las cuales, como lo han demostrado varios estudios, pagan ningún o pocos impuestos.
Estas políticas se han mantenido consistentes en los Gobiernos de Bush, Obama, Trump y Biden.
Además, el aumento de la deuda nacional es el resultado de profundos más profundamente arraigados en la transformación del modo de acumulación de ganancias en la economía estadounidense.
Las últimas cuatro décadas y más han visto el auge de la financiarización, el proceso por el cual se acumulan cada vez más los beneficios de las operaciones financieras a través del mercado de valores. Esto se ha acelerado en los últimos dos años, en los cuales Wall Street alcanzó nuevos récords, dando lugar a la transferencia de billones de dólares a las arcas de los milmillonarios pandémicos. Los mismos procesos están en marcha en todas las economías capitalistas del mundo, pero asumen su forma más extrema en EE.UU.
Las preguntas inmediatas que surgen son cómo se pagará esta deuda y cuáles son sus implicaciones para la clase trabajadora.
En su intervención en la reunión virtual del Foro Económico Mundial el mes pasado, la secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, dijo que era “importante evaluar la sostenibilidad de la deuda en el contexto del entorno de los tipos de interés” y que la carga de la deuda estadounidense era “muy manejable” debido a los bajos tipos de interés.
La llamada “gestión” de la deuda nacional se lleva a cabo a través del mercado de bonos del Tesoro de EE.UU. que emite el Gobierno estadounidense y que son comprados por los inversores financieros. Sin embargo, en marzo de 2020, cuando Wall Street se desplomó, este proceso se vino abajo por completo al producirse una huida de la deuda pública. En el punto álgido de la crisis, no se pudieron encontrar compradores para los bonos del Tesoro, que supuestamente son el activo financiero más seguro y estable del mundo.
La crisis, que amenazó con derribar los mercados financieros estadounidenses y mundiales, solo se evitó gracias a una intervención masiva del banco central de la Reserva Federal o “Fed”, que respaldó todos los ámbitos del sistema financiero, gastando en un momento dado un millón de dólares por segundo. El resultado es que, mientras que en 2008 la Fed tenía 800 mil millones de dólares de activos en sus libros, ahora tiene algo menos de 9 billones.
En la última década, la deuda nacional se ha financiado cada vez más mediante una operación de “Round Robin” (ida y vuelta) en la que un brazo del Estado, el Gobierno, emite deuda en forma de bonos del Tesoro, mientras que otro brazo, el banco central, la compra.
Se ha calculado que desde que la Fed comenzó su segundo programa de flexibilización cuantitativa en 2010, sus compras de deuda del Tesoro han financiado entre el 60 y el 80 por ciento de todas las necesidades de endeudamiento del gobierno.
El resultado ha sido el mantenimiento de los tipos de interés en mínimos históricos, alimentando un auge de las cotizaciones bursátiles hasta sus máximos históricos.
Pero hay un viejo dicho económico: si un proceso es intrínsecamente insostenible, entonces debe detenerse. ¿Cómo terminará entonces esta orgía financiera?
La respuesta se encuentra en la propia naturaleza del capital financiero. Tiene un carácter esencialmente depredador. Los activos financieros no encarnan en sí mismos ningún valor, sino que son un reclamo sobre el valor, en particular, la plusvalía extraída de la clase obrera en el proceso de producción.
La esencia del capital financiero, como señaló Karl Marx, es su afán por “enriquecerse, pero no mediante la producción, sino embolsándose la riqueza disponible de otros”.
Este impulso tan fuertemente arraigado en todas las estructuras del capitalismo estadounidense, asume dos formas: la guerra en el extranjero y la contrarrevolución social contra la clase obrera en casa.
La escalada de provocaciones del Gobierno de Biden contra Rusia en relación con Ucrania está impulsada en gran parte por el intento de proyectar hacia el exterior las crecientes tensiones sociales y políticas en Estados Unidos. Además, hay factores económicos a más largo plazo en juego.
Desde la liquidación de la Unión Soviética por parte de la burocracia estalinista en 1991, varios sectores importantes de la clase gobernante estadounidense y sus representantes, incluyendo al difunto asesor de seguridad nacional demócrata Zbigniew Brzezinski, han visto el saqueo de los vastos recursos de Rusia como un medio para superar el declive económico del capitalismo estadounidense.
La crisis del sistema financiero ejemplificada en el aumento la deuda nacional a dimensiones antes inimaginables es en esencia una crisis de valor. Y la única fuente de valor en la economía capitalista es la clase trabajadora. El valor solo puede ser devuelto a la montaña de capital ficticio, de la cual la deuda nacional es un componente, intensificando la explotación de la clase obrera hasta nuevos niveles.
Los incidentes pequeños a veces arrojan luz sobre desarrollos de mayor envergadura. Ese es el significado de un reciente artículo del Wall Street Journal, que decidió presentar el comentario de un director general de una empresa que se vio obligado a elevar el salario inicial de los trabajadores de 15 dólares por hora a entre 16 y 18 dólares, y manifestó su inquietud de que “no sabemos cuándo terminará esta hiperinflación de los costes laborales”.
Mientras tanto, según un informe de Bloomberg, los milmillonarios que lucraron en la pandemia, como el jefe de Amazon, Jeff Bezos, buscan superarse en sus compras de superyates de millones de dólares, cuyos pedidos han aumentado un 77 por ciento respecto al año anterior.
Las líneas de batalla entre las clases se están marcando. La clase gobernante tiene una agenda clara: guerras por saqueo y un asalto masivo a los salarios y las condiciones sociales de la población para enriquecerse aún más.
La clase obrera debe responder con su propio programa independiente elaborado hasta sus últimas consecuencias: la lucha por el socialismo, la abolición del sistema de lucro capitalista y la construcción de un partido revolucionario que ofrezca una dirección a esta lucha de vida o muerte.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 2 de febrero de 2022)