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Perspectiva

Cruzando el Rubicón psicológico: EE.UU. y la OTAN se arriesgan a una guerra nuclear

Dado que la OTAN insiste en escalar temerariamente la guerra en Ucrania, es hora de plantearle dos preguntas al presidente Biden: 1) ¿En qué momento en su campaña electoral a presidente dijo que se arriesgaría a una guerra nuclear con Rusia? 2) Con base en la información de inteligencia que le entrega el Pentágono y los asesores de la CIA, ¿cuántos cientos de millones o miles de millones estima que morirían en EE.UU., Europa y el resto del mundo en un intercambio nuclear con Rusia?

El primer lanzamiento de un misil Trident el 18 de enero de 1977 en cabo Cañaveral, Florida (Crédito: archivo de la Armada de EE.UU.)

En la prensa y las discusiones entre los políticos capitalistas, parece que no solo se ha cruzado un Rubicón político, sino también uno psicológico. El peligro verdadero de que la guerra entre la OTAN y Rusia conduzca al uso de armas nucleares tácticas y, de ahí, prosiga al lanzamiento de armas nucleares estratégicas está siendo reconocido ampliamente. Pero lejos de advertir que esto se debe evitar a toda costa, el uso de armas nucleares está siendo considerado abiertamente como una opción legítima.

Solo ha habido un uso de amas nucleares y fue por parte de EE.UU. En agosto de 1945, el presidente Harry Truman autorizó el lanzamiento de bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. Se estima que murieron 200.000 personas en total. Truman luego declaró que no perdió ni una noche de sueño por su decisión. Este crimen monstruoso fue justificado y sigue siendo justificado hasta el día de hoy por el Gobierno estadounidense con la afirmación largamente desacreditada de que arrojar las bombas atómicas fue necesario para obligar a Japón a rendirse. Pero, más allá, el significado de esta acción como una muestra de la crueldad y brutalidad de las que es capaz el imperialismo estadounidense fue explicado por el renombrado historiador Gabriel Jackson:

En las circunstancias específicas de agosto de 1945, el uso de una bomba atómica demostró que un ejecutivo elegido democráticamente y con una psicología muy normal podía utilizar el arma de igual manera en que un dictador nazi la habría utilizado. De este modo, Estados Unidos, para cualquiera interesado en las diferencias morales en la conducta de varios tipos de gobierno, borró la diferencia entre el fascismo y la democracia.

En 1950, el general Douglas MacArthur argumentó que debían lanzar bombas atómicas a China durante la guerra de Corea. Pero, para entonces, la Unión Soviética había desarrollado su propia bomba nuclear. Truman no estaba dispuesto a arriesgarse a intensificar la guerra al punto de convertirse en un conflicto con una potencia con armas nucleares.

Varias secciones de la élite en Washington, representadas más famosamente por el secretario de Estado, John Foster Dulles, insistieron en que la disposición de EE.UU. a utilizar armas nucleares estratégicas constituía un elemento crítico de la política exterior.

En los años cincuenta y sesenta, el mundo se encontraba atormentado por el espectro de una guerra nuclear. Ofreció un trasfondo de pesadilla para incontables novelas y películas. El filme La hora final y la novela de Nevil Schute sobre la cual se basa —una historia sobre las últimas semanas de vida en Australia después de una guerra nuclear, que da paso a una mortal lluvia radioactiva que cubre todo el planeta— tuvo un fuerte impacto en la opinión pública internacional.

La magnitud del peligro se volvió evidente durante la crisis de misiles en Cuba de octubre de 1962. Tomó dos semanas de tensas negociaciones entre Washington y Moscú evitar a duras penas el desastre. En dos importantes filmes que salieron tras la crisis, Punto Límite y Dr. Insólito [en España: Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú? ], el desastre no se pudo evitar.

Durante ese periodo, la crisis de misiles en Cuba de 1962 fue lo más cerca que estuvo el mundo a una guerra nuclear. Fue seguida por la firma del Tratado de Prohibición de Pruebas de Armas Nucleares de 1963 y varios otros tratados de control de armas, según EE.UU. adoptó una política de “distensión” en relación con la Unión Soviética. La doctrina que llegó a ser aceptada en general fue la de “destrucción mutua asegurada”, a saber, que una guerra nuclear era impensable porque involucraría la aniquilación de la población de todos los países participantes. El acrónimo en inglés, MAD, era particularmente apropiado, al significar “chiflado”.

En años recientes, la posibilidad de usar armas nucleares se ha vuelto un tema de debate entre los estrategas militares en Washington. Un elemento central de este debate ha sido diferenciar entre las armas nucleares “tácticas” de las “estratégicas”, basándose en la suposición de que las armas “tácticas” tienen un “rendimiento bajo” cuyo efecto es geográficamente limitado (como a un cambo de batalla específico o una sola instalación industrial) y sus consecuencias son controlables.

En 2017, el Centro para Evaluaciones Estratégicas y Presupuestarias declaró en un reporte: “A diferencia del apocalipsis global imaginado tras un conflicto nuclear entre superpotencias durante la guerra fría, muy probablemente todavía quedaría un mundo funcional tras una guerra”. Un reporte separado de la organización lleva el título “Repensando el Armagedón”.

Esta semana, el New York Times escribió, “En la actualidad, tanto Rusia como Estados Unidos cuentan con armas nucleares que son mucho menos destructivas, con una fuerza que es meramente una fracción de la fuerza de la bomba de Hiroshima y cuyo uso quizás es menos aterrador y más imaginable”.

Esta peligrosa suposición fue desafiada incluso dentro de la élite militar y de política exterior. En un artículo sobre armas nucleares tácticas publicado en 2019, el Boletín de Científicos Atómicos advirtió.

[L]a diferencia entre armas o misiones nucleares estratégicas y no estratégicas es inherentemente borrosa y probablemente seguirá siéndolo, dado que las armas nucleares estratégicas pueden utilizarse de forma táctica y cualquier uso de un arma nuclear, sin importar cuan bajo su rendimiento ni cuan corto su alcance, podría tener consecuencias estratégicas de gran alcance. El exsecretario de Defensa, James Mattis, se hizo eco de este pensamiento en 2018, cuando rindió testimonio ante el Comité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes, indicando que no cree que “exista tal cosa como un arma nuclear táctica. Cualquier arma nuclear utilizada en cualquier momento es un factor que cambia el juego estratégicamente”.

Y, sin embargo, el estallido de una guerra con Rusia instigada por la OTAN ha sido testigo de una mayor erosión de la renuencia a utilizar armas nucleares.

Durante la última semana, las potencias estadounidenses y de la OTAN han celebrado una serie de reuniones que equivalen a gabinetes de guerra, organizando una amplia militarización adicional de su “flanco oriental”, incluido el despliegue de decenas de miles de tropas. También discutieron una propuesta de Polonia de enviar una “fuerza de paz” de la OTAN a Ucrania, que el presidente bielorruso Alexander Lukashenko, aliado de Putin, dijo el viernes que “significaría la Tercera Guerra Mundial”.

Según la lógica de la guerra, la posibilidad de un conflicto directo entre las dos potencias con más armas nucleares no se toma como una advertencia de la necesidad de llevarlo a término lo más rápidamente posible. No hay propuestas para organizar un alto al fuego, ni para discusiones y negociaciones de emergencia.

Las declaraciones de los líderes de la OTAN, y en particular de Biden, son deliberadamente provocadoras e incendiarias. Las denuncias de Putin como “matón” y “criminal de guerra” solo pueden ser entendidas por Putin como una amenaza personal. Hay una extraña contradicción en la política de la Administración de Biden. Por un lado, proclaman que Putin es el próximo Hitler, y por otro lado suponen que se comportará de manera “racional” sin recurrir a medidas más extremas.

El mundo está siendo llevado al borde de una catástrofe nuclear por los Gobiernos de Estados Unidos y de otras grandes potencias de la OTAN, cuyos líderes están tomando decisiones en secreto mientras ocultan los verdaderos intereses geopolíticos y económicos en cuyo nombre están actuando. El Gobierno capitalista ruso, después de haber lanzado su desesperada y reaccionaria invasión de Ucrania, también ha recurrido a provocadoras amenazas nucleares.

El New York Times –que lidera la campaña de propaganda a favor de la escalada de la guerra— promulgó el jueves una encuesta de AP que presuntamente encontró que el 56 por ciento de la población piensa que la respuesta de Biden a la invasión rusa “no es lo suficientemente severa”. La pregunta fue formulada por el encuestador para producir la respuesta deseada. La respuesta habría sido muy diferente si se hubiera planteado: “¿Está usted de acuerdo en que el derecho de Ucrania a entrar en la OTAN merece la incineración nuclear y la extinción de la vida en este planeta?”.

La asombrosa imprudencia, la despreocupación con la que la clase gobernante se arriesga a una guerra nuclear, solo puede entenderse en relación con el ambiente creado por la pandemia. Todos los Gobiernos en cuyas decisiones depende el futuro de la humanidad han demostrado en los últimos dos años su total desprecio por la vida humana.

La declaración del primer ministro británico Boris Johnson –“No más malditos confinamientos, dejemos que los cadáveres se apilen por miles”— no hace más que expresar de la forma más cruda la política adoptada por todos los principales países capitalistas, incluyendo Rusia. El resultado ha sido la muerte innecesaria de 20 millones de personas. Si 20 millones de muertes son un coste aceptable para promover los intereses de la oligarquía, ¿por qué no 200 millones en una guerra?

La imprudencia extrema no solo atestigua la crueldad imperialista en la búsqueda de sus intereses geoestratégicos, sino también la crisis y la desesperación de una élite gobernante al enfrentarse a crisis internas insolubles.

La clase gobernante estadounidense cree que puede resolver todos sus problemas a punta de bombardeos. En las décadas de 1990 y 2000, fue el culto a las municiones guiadas de precisión lo que supuestamente le permitiría a Estados Unidos conquistar Oriente Próximo y Asia central. Después de que cada una de estas guerras acabara en catástrofe, se recurre a las armas nucleares tácticas. Es la lógica de una clase gobernante que ha llevado a la humanidad a un callejón sin salida.

Sea cual fuere el resultado inmediato de la crisis actual, hay una conclusión clara: hay que quitar el control político y social de las manos de la oligarquía capitalista, y poner el desarrollo futuro de la sociedad en manos de la clase obrera internacional.

(Publicado originalmente en inglés el 26 de marzo de 2022)

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