La emisión de la semana pasada de las recomendaciones contractuales por una Junta Presidencial de Emergencia ha enojado a 100.000 trabajadores ferroviarios en los Estados Unidos, que han estado trabajando sin un contrato durante casi tres años. La junta instituida por Biden recomendó una solución que contendría los salarios muy debajo de la inflación, eliminaría el máximo de contribuciones individuales a la atención sanitaria y, el peor, mantendría las políticas de asistencia odiadas que la gerencia ha usado para impulsar a decenas de miles a salir de la industria.
De todo el documento, que consta de más de 120 páginas, una sección ha sido subrayada en particular por el desdén de los trabajadores ferroviarios. Durante unas audiencias ante la junta sobre los salarios, según el reporte de la JPE, los ferrocarriles argumentaron que la labor de los trabajadores ferroviarios no contribuya a sus ganancias. “Los ferrocarriles insisten que la inversión en capital y el riesgo son las razones por sus ganancias, no ninguna contribución de la labor”, decía el reporte de la JPE. “Los ferrocarriles sostienen que pues los empleados han sido pagados justa y adecuadamente por sus esfuerzos… pues no tienen ningún derecho a compartir las [ganancias]”.
La declaración resume el desdén total que la gerencia siente por los trabajadores ferroviarios, que la han convertido en un lema. Muchos trabajadores la han estampado en camisetas, dejado volantes con la frase ofensiva en las salas de descanso y compartido varios memes sobre ella en las redes sociales.
Las compañías ferroviarias saben que la afirmación es absurda y contradictoria. Después de todo, si la labor no contribuyera a las ganancias, ¿cuál objeción podría haber sobre la realización de una huelga nacional por los trabajadores? De hecho, ¿por qué existiría la Ley de Labor Ferroviaria (LLF), existente desde 1926 para bloquear la acción huelguística a través de la mediación sin fin y “períodos de descanso”? Más importante, si sus ganancias no tienen ninguna relación con la labor socialmente usable de los trabajadores ferroviarios en trasladar los bienes por el país, ¿qué sería la justificación social por esas mismas ganancias? La afirmación es una declaración de que las compañías ferroviarias y sus dueños sean parásitos sociales, que ganan mil millones mientras no contribuyen nada de valor a la sociedad.
Sin embargo, desde el punto de vista económico, la afirmación de los ferrocarriles es totalmente falsa. La reacción a la afirmación provocativa demuestra que los trabajadores entienden esto instintivamente, pero se demostró científicamente hace más de 150 años por Karl Marx, en su obra fundamental, El capital. Sobre la base de su extensivo análisis crítico de las leyes económicas y sociales que subyacen el sistema de economía capitalista, Marx fundó el socialismo moderno, que está basado en las leyes científicos del desarrollo de la lucha de clases.
El trabajo y el origen del plusvalor
En El capital por Marx, inicia con un análisis de las mercancías, la forma celular del sistema capitalista en que todo su desarrollo está basado. En las sociedades donde la forma de producción capitalista prevalece, escribió, la riqueza se presenta como una ‘acumulación de mercancías’ –desde los productos industriales, los medios de comunicación, el entretenimiento, etc., hasta las necesidades básicas para la vida– que se compran y se venden en el mercado.
Marx empieza con un examen de las leyes de la producción de productos como la base para su análisis del capitalismo. El valor de cualquier mercancía (un teléfono, un coche, etc.) se determina por la cantidad de labor socialmente necesaria para producirla. Es decir, las mercancías que requieren la misma cantidad de labor para producirse tienen el mismo valor y se intercambian como equivalentes en el mercado.
En la transición a la sociedad capitalista, que desarrolla desde la simple producción de mercancías, ocurre un cambio que da forma a una época. Esto acontece cuando la fuerza de trabajo, o la capacidad de trabajar, llega a ser una mercancía, similarmente comprada y vendida en el mercado.
Pero si es cierto, según las leyes sobre la producción de mercancías, unas cosas equivalentes se intercambian por otras equivalentes, ¿cómo es que llega a ser un valor adicional o plusvalor (ganancia), algo que claramente pasa en la sociedad capitalista?
Por supuesto, un individuo quizás pueda vender, por una razón u otra, una mercancía en un valor encima del normal, y ése ganará algo en el intercambio. Pero no habrá ninguna creación de valor adicional en la sociedad en su totalidad porque la ganancia de una persona es la pérdida de otra–un juego de suma cero.
La respuesta a esta pregunta se encuentra en el examen de la nueva mercancía, la fuerza de trabajo, la capacidad de trabajar, que forma la base de las relaciones sociales en la sociedad capitalista.
El valor de la mercancía de fuerza de trabajo se determina a través del valor de las mercancías necesarias para reproducirla –es decir, el valor de las mercancías necesarias para mantener vivo y capaz de trabajar al obrero, incluidas la comida, la ropa, la vivienda, etc., y criar a una familia y producir la próxima generación de obreros.
Pero la utilidad particular de esta mercancía de fuerza de trabajo es su habilidad de crear un nuevo valor con la labor del obrero. El valor que el trabajador añade al proceso productivo en cualquier día dado iguala más que el valor que recibe como salario. Puede que un trabajador, por ejemplo, sólo necesite trabajar durante cuatro horas en un día para reproducir el valor que fue gastado en su salario. Pero este hecho no previene que los capitalistas mantengan al obrero en el trabajo durante ocho, doce o incluso dieciséis horas al día. Este plusvalor, la diferencia entre el valor del salario del obrero y el valor de los productos y servicios que él o ella produce durante el día, es el origen de las ganancias.
El descubrimiento por Marx de los orígenes del plusvalor era revolucionario en el sentido más literal de la palabra. Demostró cómo el intercambio aparentemente libre de equivalentes en el mercado, incluido el intercambio de la fuerza de trabajo por un salario, escondía de verdad un sistema de explotación de clase. Mientras la clase obrera produce todo el plusvalor, este valor es expropiado por el capitalista. El obrero, que no es dueño de una fábrica, un ferrocarril, una mina u otro modo de producción, es forzado a vender su fuerza de trabajo al capitalista para la supervivencia.
Aunque denieguen que la labor obrera es la fuente de sus ganancias, la afirmación por los ferrocarriles de que los obreros no tengan derecho a compartir las ganancias porque ellos “han sido pagados justa y adecuadamente por sus esfuerzos” es esencialmente la paráfrasis de lo que dijo Marx, desde un punto de vista crítico, sobre la explotación capitalista.
Desde su descubrimiento, la ley de plusvalor ha sido la base del entendimiento socialista de la lucha de clases y la inevitabilidad de la revolución socialista. Al trazar la historia y las formas de la acumulación del plusvalor –es decir, la historia económica de la sociedad moderna y a su lado, el conflicto entre la clase obrera y la capitalista– Marx y las generaciones subsecuentes de socialistas concluyeron que la clase obrera, la básica fuerza creativa y progresista en la sociedad capitalista, al final sería obligada a tomar el poder político, expropiar a los expropiadores, y reorganizar la economía en el interés de la necesidad humana, no las ganancias privadas.
Este momento de inflexión histórico se conseguiría cuando el sistema capitalista y el motivo de ganancias ya no son conciliables con el desarrollo de la civilización humana, como dijo Marx, cuando “las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en conflicto con las relaciones existentes de la producción”.
La financiarización y los ferrocarriles
El hecho de que los ferrocarriles se sientan obligados, en su defensa de su “derecho” a las ganancias sin límites, a prescindir de las tonterías corporativas normales sobre “la familia” y “el sacrificio compartido” y denegar abiertamente el derecho de obreros de compartir las ganancias, es un síntoma de que la sociedad haya llegado en este punto. Los ferrocarriles, como se reconoce ampliamente ahora, son un desastre, con retrasos constantes y problemas de seguridad que son una realidad cotidiana. Pero los ferrocarriles también son la industria más rentable en Estados Unidos, mientras “ganaron” un margen de más de 50 por ciento en 2019.
La denegación de la teoría del valor-trabajo se dirige, en la primera instancia, hacia encubrir el origen de estas ganancias en la semana laboral de 70 horas constante para trabajadores ferroviarios, el estado de turno 24/7, las fiestas de cumpleaños y los juegos deportivos faltados, así como los niveles masivos de la sobrecarga, la redundancia y las condiciones laborales peligrosas. Muchos obreros, sin embargo, sienten la verdad a través de sus experiencias personales amargas. Así lo dijo Marx: “La acumulación de la riqueza en un polo es, por eso, al mismo tiempo la acumulación de la miseria, la agonía de trabajo duro, la esclavitud, la ignorancia, la brutalidad, la degradación mental, en el polo opuesto”.
Pero la afirmación de los ferrocarriles de que “la labor no contribuye a las ganancias” también es significante como una admisión franca de la perspectiva parásita de los individuos superricos y los fondos de cobertura en Wall Street que son dueños de la industria. Esos ven el valor de salarios simplemente como una fuga de sus ganancias, que debe ser reducido lo más cercano a cero posible. Esto es lo que hay detrás de, por ejemplo, el impulso de largo plazo por los ferrocarriles por la automatización creciente y la imposición de equipos de una persona (y, en algún momento después, equipos de cero).
Según lo explicó Marx, la producción de los bienes y servicios–tal como el mantenimiento de una red ferroviaria que es confiable y funcional–es para el capitalista solo un medio para un fin, como una fuente de ganancias, pero una que también tiene un “riesgo” considerable, como dicen francamente los ferrocarriles. La aversión capitalista a este “riesgo” produce unos intentos continuos de librarse del proceso productivo completamente, y en vez financiarse puramente a través del dinero, con el uso de varias formas del parasitismo financiero.
Un ejemplo de esto es el uso de $70 mil millones por los ferrocarriles para financiar la recompra de acciones para inflar artificialmente el precio de acciones. De hecho, la misma industria ferroviaria funciona para sus dueños como poco más que una alcancía. Los mil millones ganados de la labor de trabajadores son invertidos en Wall Street.
Este “capital ficticio” –los títulos, las acciones, las permutas de incumplimiento crediticio y todo tipo de estafa financiera– parece violar la ley del plusvalor por producir ganancias aparentemente de la nada. En realidad, esta montaña de capital ficticio es una reclamación por el valor futuro que será creado por y extraído de la clase obrera. Si hay la menor expectativa por inversores de que este valor de una cantidad adecuada no viniere, pues el castillo de naipes entero podría caerse.
Los trabajadores ferroviarios y la lucha contra el capitalismo
Para el momento de escribir, el Dow Jones Industrial Average actualmente está en el nivel 32.909,59. Hace dos años, durante las primeras semanas de la pandemia, cuando muchos de la clase obrera estaban en casa según la cuarentena, el Dow cayó por más de 10.000 puntos, hasta que el Congreso intervino para rescatar a Wall Street con un paquete de rescate de varios billones. Pero el rescate, mientras creó unos reservorios masivos de capital ficticio en el mercado bursátil, no creó ni un solo centavo en nuevo valor, y todavía necesitan pagar por eso con un aumento masivo de la explotación de obreros. De hecho, las primeras reaperturas comenzaron poco tiempo después de que el rescate fue aprobado.
Tan mal como se ha puesto la situación para obreros en los Estados Unidos y el mundo durante las últimas cuatro décadas, la ley del plusvalor obliga a la clase capitalista a hacerlo mucho peor y reducir a los obreros al nivel de esclavos industriales. Esto está siendo organizado por la administración de Biden, con el apoyo de los dos partidos. Su alta prioridad doméstica es el retraso del crecimiento salarial, aunque ni siquiera ha compensado por la inflación, por aumentar la tasa de interés y el desempleo.
El “presidente [más] pro sindical en la historia estadounidense” también está conspirando con la burocracia sindical, que es dueño de decenas de mil millones en activos financieros, para que tenga cierta participación en la explotación de sus propios miembros, para suprimir el crecimiento salarial, hacer cumplir con los contratos deficientes y prevenir el brote de huelgas, particularmente en las industrias críticas como los ferrocarriles, los puertos, las compañías aéreas, petroleras y de gas y otras.
Esto será suplementado a través de un recrudecimiento reanudado del saqueo imperial, la adquisición forzada de nuevos mercados y fuentes de materias primas al coste de sus rivales principales, Rusia y China. Esto, y no cualquier preocupación insincera por la soberanía de Ucrania o Taiwán, es lo que está impulsando a EE.UU. a correr el riesgo de la Tercera Guerra Mundial.
Las líneas de batalla están siendo dibujadas por todo el país y todo el mundo. ¿Por quién y en el interés de quién se dirigirá la sociedad? En un lado hay no solo la LLF, sino la Casa Blanca y el Congreso, y con ellos la burocracia sindical corporativista. Por el “bien de la economía”, es decir, por las ganancias, y para no interrumpir sus planes bélicos, no pueden esperar y permitir que los trabajadores ferroviarios hagan huelga. Emplearán toda medida disponible o para prevenirlo o suprimirlo.
En el otro lado están los trabajadores ferroviarios, con el apoyo de la clase obrera por todo el país y todo el mundo. De hecho, muchos trabajadores por todo el mundo están levantándose contra la inflación galopante y las condiciones laborales brutales. En Gran Bretaña, las primeras huelgas ferroviarias nacionales desde hace décadas han ocurrido durante este verano. Una huelga en los ferrocarriles estadounidenses tendría un efecto electrizante entre los trabajadores por todo el mundo.
Pero si una lucha en los ferrocarriles tendrá éxito, los obreros tienen que saber a qué confrontan y prepararse contra cualquier ilusión. Los trabajadores ferroviarios deben extraer las conclusiones necesarias. No sólo están participando en una lucha por “salarios justos” contra unas corporaciones ferroviarias particularmente codiciosas, sino contra el entero sistema de explotación capitalista. Los mismos obreros ferroviarios, de palabra y de acción, están demostrando la verdad de esto.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 24 de agosto de 2022)
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