Los Gobiernos y los medios de comunicación de todos los países imperialistas han sido movilizados en una masiva operación de propaganda para envenenar la opinión pública sobre el levantamiento popular en marcha contra la ocupación israelí de Gaza y para justificar como represalia la aniquilación de palestinos, que el régimen ultraderechista israelí está preparando.
El tono fue marcado por el presidente estadounidense Joe Biden, quien declaró después de una llamada el sábado con el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, que su “apoyo a la seguridad de Israel es tan sólido como una roca e inquebrantable”. Condenó, además, “el terrible ataque contra Israel a manos de los terroristas de Hamás provenientes de Gaza”. Esto fue seguido por esencialmente todos los personajes de la élite política estadounidense, que hicieron cola el miércoles para aparecer en los medios y emitir declaraciones denunciando a los “terroristas” y el “ataque contra Israel”, mientras manifestaban su “espanto” e “indignación” ante los reportes de muertes de ciudadanos israelíes.
Hubo escenas similares en las capitales imperialistas, donde la bandera israelí fue proyectada sobre monumentos públicos. Cualquier desvío o titubeo con respecto a esta línea está siendo calificado inmediatamente como “antisemitismo” o el equivalente a “apoyar el terrorismo”.
No cabe ninguna duda de que, particularmente en las primeras horas del escape de Gaza, hubo importantes bajas entre civiles israelíes, muchos que sin duda no tenían ninguna culpa individual por la opresión de los palestinos. Hay un elemento de tragedia en lo ocurrido a muchas de estas personas, que se encontraban en el lugar y momento equivocados. Los combatientes de Gaza, curtidos por una vida de atrocidades bajo la ocupación israelí y aceptando que no regresarían a Gaza vivos, buscaron venganza contra los primeros israelíes que encontraron, incluyendo aquellos que decidieron llevar a cabo un festival de música a la par de lo que efectivamente es un campo de concentración.
Pero hay que plantear la siguiente pregunta: ¿quién es el responsable principal de sus muertes? La responsabilidad por estas tragedias debe atribuirse a los verdaderos culpables: en primera instancia, el régimen criminal de apartheid israelí y sus patrocinadores en EE.UU., junto a todo el reaccionario proyecto sionista de establecer un Estado exclusivamente judío mediante la expulsión de palestinos y su confinamiento en prisiones al aire libre y guetos cada vez más pequeños.
Las denuncias unánimes de “terrorismo” y “violencia” del levantamiento por parte de las potencias imperialistas son extremadamente hipócritas. Nunca hacen declaraciones oficiales de “espanto” e “indignación” a una escala remotamente similar en nombre de las víctimas palestinas mucho más numerosas de la violencia y el terror.
Aunque los redactores del discurso de Biden ofrecieron sus “oraciones” el sábado para “todas las familias que se han visto afectadas por esta violencia”, el propio Biden es un criminal de guerra y no es ajeno a la violencia. En 2003, votó en el Senado a favor de la invasión y ocupación ilegales de Irak, que se cobraron más de un millón de vidas.
Contrariamente a la imagen oficial de los acontecimientos, según la cual los palestinos son los agresores y el Estado de Israel es la víctima, la opresión de las masas palestinas a manos del imperialismo es un conflicto totalmente unilateral, en el que durante tres cuartos de siglo el Gobierno israelí, armado hasta los dientes por las potencias imperialistas, ha aplastado brutalmente toda resistencia. En el bombardeo aéreo de tres semanas de 2008-09 sobre Gaza, por ejemplo, que mató a cientos de personas, las bajas palestinas superaron a las israelíes en una proporción de 100 a 1.
Los palestinos de Cisjordania se han visto reducidos a vivir en cientos de guetos separados y rodeados por cientos de puestos de control militares israelíes, mientras que la propia Gaza se ha transformado en una gigantesca prisión al aire libre: la Franja de Gaza, de apenas un puñado de kilómetros de ancho y 25 de largo. A merced del Gobierno israelí, que controla todas sus necesidades, más de 2 millones de palestinos están confinados en esta prisión al aire libre. Es una de las zonas más densamente pobladas y con las condiciones más precarias del planeta. En este contexto, el levantamiento en Gaza que estalló el fin de semana se parece más a una fuga de prisión que a un “ataque” y no es más que el último capítulo de una larga saga.
Mientras las capitales imperialistas repiten sus denuncias hipócritas de “violencia” y “terrorismo”, ya se está en marcha un ataque de represalia para aterrorizar a la población de Gaza.
El ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant, ha declarado “un asedio total a Gaza”, utilizando un lenguaje que expone plenamente el carácter de su régimen y su ideología subyacente. “No habrá electricidad, ni alimentos, ni agua, ni combustible, todo estará cerrado”, dijo Gallant. “Estamos combatiendo a animales humanos y actuamos como corresponde”.
La exembajadora de Estados Unidos ante la ONU, Nikki Haley, candidata a las primarias presidenciales republicanas, declaró que el levantamiento no fue “solo un ataque a Israel” sino “un ataque a Estados Unidos”, exigiendo directamente a Netanyahu que “acabe con ellos”. Netanyahu, por su parte, declaró ominosamente ayer: “Lo que haremos a nuestros enemigos en los próximos días hará eco por generaciones”.
Detrás de toda esta feroz hipocresía imperialista está la actitud de clase fundamental de los opresores ante cualquier resistencia de los oprimidos, ya sea en Gaza o en cualquier otro lugar. “Nosotros, los opresores, tenemos la libertad para usar la fuerza siempre que sea útil”, dicen. “Podemos bombardearlos indiscriminadamente, podemos imponerles bloqueos y hacerlos pasar hambre, podemos robarles y encarcelarlos y arrodillarnos sobre sus cuellos. Pero la fuerza es nuestro monopolio y nuestra prerrogativa exclusiva. A ustedes, los oprimidos, no tienen permiso bajo ninguna circunstancia de usar la fuerza en respuesta”. Precisamente esta actitud de clase es la que anima el uso repetido de la palabra “terrorista” para describir a cualquiera que se levante en armas contra la ocupación.
Para subrayar el grado de hipocresía, cabe señalar que, en un artículo del New York Times de agosto del año pasado, “Detrás de las líneas enemigas, los ucranianos dicen a los rusos que nunca estarán a salvo”, el corresponsal Andrew Kramer aplaudía el trabajo de los escuadrones terroristas ucranianos que llevan a cabo asesinatos con coches bomba detrás de las líneas rusas: “Se escabullen por callejones oscuros para colocar los explosivos. Identifican objetivos rusos para la artillería ucraniana y los cohetes de largo alcance proporcionados por Estados Unidos. Vuelan líneas de ferrocarril y asesinan a funcionarios que consideran colaboradores de los rusos”. Tales métodos son permisibles para los patrocinados por el imperialismo estadounidense, pero no para quienes se resisten a estas fuerzas.
En 1831, en el condado de Southampton, Virginia, se produjo un levantamiento de esclavos liderado por Nat Turner. Los esclavos fugados utilizaron cuchillos, hachas y garrotes para masacrar a docenas de hombres, mujeres y niños blancos. La rebelión fue sofocada con un salvajismo aún más extremo, con milicias y turbas itinerantes que asesinaban a los negros en cuanto los veían, independientemente de que estuvieran o no implicados en la rebelión. El cuerpo de Turner fue desollado y su piel convertida en monederos de recuerdo.
Cualquier historiador objetivo, con el beneficio de la retrospectiva, no responsabilizaría a los esclavos de la terrible violencia de tales levantamientos, sino al propio sistema esclavista, con toda su colosal inhumanidad. Denunciar el levantamiento de Turner alegando que fue “violento” sería hipócrita y ahistórico y equivaldría a una apología indirecta de la esclavitud.
“Un esclavista que mediante la astucia y la violencia encadena a un esclavo, y un esclavo que mediante la astucia o la violencia rompe las cadenas”, escribió León Trotsky en 1938, ¡no son “iguales ante un tribunal de moralidad!”.
Por su parte, en su segundo discurso de investidura en plena guerra civil, Lincoln expresó la idea de que la tremenda violencia que afligía al país era el inevitable ajuste de cuentas histórico contra la institución de la esclavitud, que exigía que “cada gota de sangre derramada con el látigo se pagara con otra derramada con la espada”.
Por la misma razón, la represión que está llevando a cabo ahora el Gobierno israelí contra la población de Gaza no es fundamentalmente distinta a la utilizada por Reino Unido contra la rebelión Mau Mau en Kenia, por Francia en guerra de independencia de Argelia, contra los sudafricanos que luchaban contra el régimen de apartheid, o por el ejército estadounidense contra la resistencia popular a su ocupación de Irak. Como siempre, las élites políticas de los opresores denuncian cualquier resistencia armada como terrorismo y luego proceden a llevar a cabo una venganza despiadada mil veces más destructiva.
En una inusual desviación del diluvio propagandístico, el líder de la Iniciativa Nacional Palestina, Mustafa Barghouti, fue entrevistado ayer por Fareed Zakaria en CNN, donde se le permitió señalar que la resistencia armada es el resultado inevitable de la negativa del Gobierno de Israel a reconocer como legítima cualquier otra forma de oposición por parte de los palestinos: “Si luchamos de forma militar, somos terroristas. Si luchamos de forma no violenta, se nos califica de violentos. Si resistimos incluso con palabras, se nos califica de provocadores”.
En 2018-2019, hubo protestas masivas en Gaza bajo la bandera de la Gran Marcha del Retorno, exigiendo el derecho a regresar a los hogares de los que los palestinos fueron expulsados durante las guerras de 1948-49 y 1967. El ejército israelí respondió a estas protestas abatiendo a tiros a los manifestantes palestinos que se acercaban a los muros y vallas que los encierran dentro de la Franja de Gaza. Murieron al menos 223 palestinos, más de 9.200 resultaron heridos, y casi ninguna de esas personalidades que ahora predican sobre moralidad a los palestinos se inmutó.
De hecho, existe una profunda oposición en la clase obrera dentro de Israel al régimen criminal de Netanyahu, que será visto como el principal instigador de esta nueva erupción sangrienta de violencia. Esta oposición ya se ha expresado en protestas masivas y una huelga general a principios de este año en oposición a los esfuerzos del régimen por otorgarse un poder indiscutible y legalmente fuera de cualquier control.
Pero la forma violenta adoptada por el levantamiento en Gaza está relacionada con la ausencia de una dirección socialista, con principios y auténticamente de izquierda dentro del propio Israel. En las protestas masivas de principios de año, los autoproclamados líderes siguieron siendo defensores del Estado sionista y evitaron cuidadosamente cualquier orientación hacia las luchas de las masas palestinas, que habrían sido sus aliados naturales.
La masiva campaña de propaganda que se está llevando a cabo para amedrentar a la población a fin de que acepte la línea oficial refleja el temor de que cientos de millones de personas de todo el mundo no están dispuestas a aceptar esa línea, incluso dentro de Estados Unidos y del propio Israel. Ya se han producido manifestaciones espontáneas de apoyo al levantamiento palestino en todo el mundo.
Por grandes que sean los retos y obstáculos para aplicar esta estrategia, el único camino hacia un futuro pacífico y la única forma de ajustar cuentas con el régimen sionista es mediante la unidad de los trabajadores israelíes y palestinos, que juntos deben oponerse a la sangrienta embestida contra Gaza, derrocar al régimen de Netanyahu y unirse en la lucha por una sociedad socialista unificada.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 9 de octubre de 2023)