Español
Perspectiva

La victoria de Oppenheimer en los premios Óscar

El éxito rotundo del filme Oppenheimer de Cristopher Nolan en los premios Óscar tiene una importancia auténtica y de gran trascendencia.

El drama biográfico sobre la vida y la trayectoria profesional del físico teórico J. Robert Oppenheimer (1904-1967), conocido como “el padre de la bomba atómica”, obtuvo merecidamente siete importantes galardones el domingo, los de mejor película, dirección, actor protagónico y de reparto, fotografía, edición y música original.

Cillian Murphy en Oppenheimer

El alcance del filme ha tenido un impacto social. La obra de Nolan ha sido vista por más de 100 millones de espectadores en docenas de países, recaudando aproximadamente $1 mil millones en taquilla y recibiendo 333 premios de cine internacionalmente.

Tales logros son casi inauditos para una obra larga, intelectualmente exigente y artísticamente densa. El gran éxito de Oppenheimer entre el público, “asombroso” e “inesperado” para los comentaristas filisteos, refleja cambios moleculares de pensamiento y opinión en respuesta a décadas de guerra, decadencia social y socavamiento de la democracia, así como al peligro de conflictos mucho más amplios y catastróficos, incluso uno nuclear. No se trata de un sentimiento políticamente articulado, ni entre los artistas ni entre la población en general, pero es indudable que refleja una ansiedad generalizada y un poderoso descontento antisistema.

Irónicamente, en el preciso momento en que la película de Nolan recibía diversos honores, el público tomaba conciencia de la temeridad con que la Administración de Biden y sus aliados de la OTAN se precipitaban hacia un enfrentamiento con Rusia que implica la planificación y los preparativos de una guerra nuclear catastrófica. El interés por Oppenheimer es uno de los indicadores de que no hay apoyo para un desenlace tan monstruoso y sangriento.

La audiencia de este drama biográfico de tres horas sigue creciendo. Nielsen Media Research informa que la película registró 821 millones de minutos vistos durante su primera semana de streaming a mediados de febrero en Peacock. La plataforma anunció que durante ese periodo de siete días, Oppenheimer se convirtió en la película más vista de su historia.

La película de Nolan cuenta con una base de seguidores realmente amplia. Una encuesta de YouGov realizada a finales de febrero estimaba que el 22 por ciento de la población estadounidense (lo que se traduciría en más de 50 millones de adultos) había visto la película de Nolan, y que al 90 por ciento le había “encantado” o “gustado”, y, según los encuestadores, más estadounidenses “dicen que debería ganar [el premio a la mejor película] que cualquier otra nominada”, y lo mismo ocurre las respuestas a “quién ganará”. No existía un gran conocimiento sobre Oppenheimer ni los acontecimientos históricos que se describen en la película, pero es evidente que existe una profunda sensación de que conocer este material es esencial y urgente.

Los premios Óscar son un barómetro poco fiable de la excelencia artística o de las opiniones sociales progresistas. Las votaciones expresan las opiniones de un determinado estrato social pequeñoburgués, que puede verse influido por multitud de factores, entre ellos la política racial y de género. Por ello, el resultado de la votación de los cerca de 10.000 miembros de la Academia es aún más revelador. Más que cualquier otra cosa, los premios confirman y consolidan un proceso de ocho meses durante el cual Oppenheimer se convirtió en un fenómeno cultural y social mundial.

La gala del domingo fue relativamente discreta. En primer lugar, los asistentes tuvieron que enfrentarse a una multitud enfadada que protestaba contra la masacre israelí en Gaza, coreando “¡No a los Óscar durante el genocidio!” y “¡Alto el fuego, ya!”. En las pancartas se podía leer “Ojos en Rafah”, “Mientras tú miras, las bombas caen”, “Dejen vivir a Gaza” y “¿De qué sirve el arte que ignora el genocidio?”. Los manifestantes bloquearon temporalmente el tráfico, antes de ser apartados a empujones por la policía de Los Ángeles, y retrasaron el comienzo de la ceremonia. Al entrar en el recinto, el actor Mark Ruffalo gritó “La protesta palestina paralizó los Óscar esta noche. La humanidad gana”.

Los asistentes que apoyaban a Artists4Ceasefire, un grupo de actores y otras personas que publicaron una carta abierta en octubre, lucieron pines rojos en los Premios de la Academia apelando al cese inmediato de la matanza masiva. La cantante Billie Eilish, que ganó el premio a la mejor canción original, llevó el pin, junto con su hermano Finneas, Ruffalo, Mahershala Ali, Ramy Youssef, Ava DuVernay, Riz Ahmed, Swann Arlaud y otros.

En el escenario, el actor Cillian Murphy, al recoger el premio al mejor actor por Oppenheimer, señaló que “todos vivimos en el mundo de Oppenheimer; me gustaría dedicar este premio a los que abogan por la paz en todo el mundo”.

El director Jonathan Glazer recibió un premio por su película La zona de interés, sobre el comandante de Auschwitz, y leyó en el escenario una declaración escrita en su nombre y en el de sus colegas:

Todas las decisiones las tomamos para reflejar el presente y para que nos confronten ahora. No para decir “mira lo que hicieron entonces”, sino “mira lo que debemos hacer ahora”. Nuestra película muestra adónde conduce la deshumanización en su peor momento. Dio forma a todo nuestro pasado y presente.

En este momento, estamos aquí como hombres que refutan la manera en que su judaísmo y el Holocausto han sido secuestrados por una ocupación que ha llevado al conflicto a tantas personas inocentes. Ya se trate de las víctimas del 7 de octubre en Israel o del actual ataque a Gaza—todas las víctimas de esta deshumanización— ¿cómo resistimos?

Los comentarios de Glazer, a menudo mal citados o sacados de contexto, han sido objeto de furibundos ataques por parte de elementos prosionistas.

En su conjunto, la ceremonia de entrega de premios dejó en el espectador la impresión de una gran tensión social y psicológica reprimida. Los asistentes, en general, siguieron guardando sus opiniones. Existe una oposición generalizada, no solo contra Trump y los fascistas republicanos (ridiculizados por el presentador Jimmy Kimmel), sino también contra el belicista Biden. Pero esa hostilidad aún no ha encontrado una expresión política clara.

Hubo menos chabacanería y egocentrismo de lo habitual. Los acontecimientos en curso y la presencia y centralidad de Oppenheimer y, hasta cierto punto, P obres criaturas (las dos películas se llevaron 11 de los 17 premios a los que podían optar), ayudaron a elevar la ceremonia, en términos generales, aunque hubo rasgos soporíferos. Después de todo el parloteo, Barbie merecidamente no ganó nada (salvo la canción de Eilish).

Los temas de Oppenheimer son tan apremiantes y, obviamente, han provocado una respuesta tan fuerte del público que los fanáticos de la política de identidades se quedaron relativamente callados tras el acto del domingo o sintieron que el ambiente no era propicio para su clamor reaccionario. Las nuevas y repugnantes normas y cuotas de “diversidad” de Hollywood ya entraron en vigor, pero a estas alturas las producciones encuentran la manera de esquivarlas, lo que puede no ser siempre el caso.

El ejemplo de la película de Nolan apunta de nuevo al hecho de que el cine es una forma de arte vasta, compleja y colectiva, que reúne los esfuerzos y habilidades en una gran producción de cientos e incluso miles de personas. Producir una obra que tenga un sentido convincente y coherente, artísticamente trabajada, es una labor inmensa.

Ya se están realizando obras importantes. Los mejores artistas tienen una comprensión aguda e intuitiva de algunas de las grandes cuestiones sociales. La breve secuencia en la que interviene Harry Truman (Gary Oldman) en Oppenheimer, por ejemplo, revela que el presidente estadounidense es un brutal criminal de guerra de una manera que va más allá del punto de vista del propio Nolan. En este punto, su arte supera la propia comprensión de los artistas, aunque es indudable que esta comprensión está ganando terreno.

Se podría decir que muchos artistas tienen una sensación cada vez mayor de que el capitalismo es el problema, pero no han asimilado aún el carácter exacto de sus contradicciones insolubles y, sobre todo, la naturaleza del remedio.

El arte, señaló León Trotsky, encuentra las formas necesarias “para los estados de ánimo oscuros e indefinidos, acerca o contrasta el pensamiento y los sentimientos, enriquece la experiencia espiritual del individuo y de la comunidad, refina el sentir, lo hace más flexible, más receptivo, amplía el volumen del pensamiento de antemano y no a través del método personal de la experiencia acumulada, educa al individuo, al grupo social, a la clase y a la nación”.

Los acontecimientos, al crear nuevos impulsos, están rompiendo la “coraza del subconsciente”. No cabe duda de que los horrores de Gaza están abriendo los ojos a muchos, aunque los cineastas y otros artistas aún no formulen su comprensión del mundo en términos políticos definidos. Ese es un proceso más complicado y prolongado. Depende, sobre todo, del desarrollo político de las masas y de la aparición de un movimiento de la clase obrera que golpee directa y conscientemente los cimientos del capitalismo. Eso llegará. El evento del domingo fue un hito notable.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 11 de marzo de 2024)

Loading