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Perspectiva

¿Quién diablos es EE.UU. para sermonear sobre “democracia” a Venezuela?

Incluso cuando Washington e Israel prenden en llamas Oriente Próximo, el Gobierno de Biden-Harris está aprovechando las elecciones presidenciales en Venezuela para instigar un golpe de Estado contra el presidente Nicolás Maduro, cuyo Gobierno mantiene lazos estrechos con China, Rusia e Irán.

El presidente Nicolás Maduro pronuncia un discurso frente al palacio presidencial de Miraflores en Caracas, 31 de julio [Photo: @PresidencialVen]

En todo el mundo, el imperialismo estadounidense se guía por la necesidad de afirmar su hegemonía sobre las regiones con recursos energéticos y minerales estratégicos, ante todo para negarle el acceso al que percibe como su principal rival geopolítico, China.

Con base en resultados preliminares, la comisión electoral declaró que Maduro y su Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) tienen una ventaja “irreversible” del 51 por ciento contra el 44 por ciento de Edmundo González, un diplomático previamente desconocido que se postuló como sustituto de la líder fascistizante de la Plataforma Unitaria financiada por Estados Unidos, María Corina Machado.

Machado y González han insistido en que su coalición ganó y han convocado a manifestaciones para defender su supuesta victoria. Sin embargo, ninguna parte ha proporcionado pruebas suficientes para probar sus resultados.

Maduro presentó un recurso para que el Tribunal Supremo resuelva la disputa electoral y prometió publicar todas las actas electorales en un futuro próximo.

Rehusándose a esperar los resultados verificados o un fallo judicial, Washington emitió su propio veredicto el jueves.

“Dada la abrumadora evidencia, está claro para Estados Unidos y, lo que es más importante, para el pueblo venezolano, que Edmundo González Urrutia obtuvo la mayor cantidad de votos en las elecciones presidenciales del 28 de julio en Venezuela”, dijo en un comunicado el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken.

En discursos televisados, Maduro ha declarado que se enfrenta a un “golpe fascista” orquestado por Estados Unidos y ha pedido a los militares que “alertas y preparados para lo que salga”.

Por ahora, el jefe de las Fuerzas Amadas, el ministro de Defensa Vladimir Padrino, ha reafirmado su “absoluta lealtad y apoyo incondicional” a Maduro.

Desde el día de las elecciones, toda la élite política en Washington ha unido fuerzas para fomentar las condiciones propicias para un golpe de Estado.

El martes, la vicepresidenta Kamala Harris, escribió en X exigiendo la publicación inmediata de los datos electorales. Luego pontificó: “La violencia, el hostigamiento y las amenazas contra manifestantes pacíficos y actores políticos son inaceptables. Estados Unidos está con el pueblo venezolano, y la voluntad del pueblo debe ser respetada”.

¿De qué habla Harris?

La oposición ha instigado una ola de disturbios, saqueos, quema de oficinas del PSUV, edificios gubernamentales, escuelas e instalaciones sanitarias. El objetivo explícito de Machado ha sido provocar divisiones en las Fuerzas Armadas, con el objetivo de un golpe de Estado, una guerra civil y una posible intervención militar extranjera.

Esto no es nada nuevo. Durante más de dos décadas, Washington y sus agentes pagados han recurrido repetidamente a métodos igualmente imprudentes e ilegales en Venezuela.

El imperialismo ha intentado secuestrar y asesinar a los líderes venezolanos e impuso un régimen de sanciones brutales que ha devastado la economía, ha llevado a millones a la pobreza y al exilio y se ha cobrado innumerables vidas: el ex relator especial de la ONU, Alfred de Zayas, estimó más de 100.000 muertes hasta 2020, como resultado del corte de alimentos vitales y suministros médicos.

Washington patrocinó un fallido golpe militar que derrocó brevemente al fallecido expresidente Hugo Chávez en 2002. Ha gastado millones de dólares para cultivar fuerzas de extrema derecha como Machado y en organizar campañas violentas para desestabilizar el Gobierno. En 2019, Washington declaró como “presidente interino” a Juan Guaidó, quien no tenía apoyo popular, y entregó a sus lacayos miles de millones en activos estatales, incluida la compañía petrolera CITGO. Y en 2020, ex fuerzas especiales estadounidenses y contratistas militares organizaron un fiasco de invasión que pretendía derrocar al Gobierno y asesinar a sus líderes.

Un revelador editorial publicado por el Washington Post inmediatamente después de las elecciones concluyó: “Estados Unidos y otras democracias han invertido mucho en una transición democrática y pacífica en Venezuela. En ese sentido, esta elección también les está siendo robada a ellos”. En otras palabras, todo el dinero invertido por la CIA y la USAID para fomentar una oposición de derecha, la violencia y un cambio de régimen debe producir los resultados deseados.

El miércoles, el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, John Kirby, adicionó despreciamente: “Nuestra paciencia, y la de la comunidad internacional, se está agotando, se está agotando. Estoy esperando que la [autoridad] electoral venezolana aclare y publique todos los datos detallados sobre estas elecciones”.

¿Qué le da al Gobierno de los Estados Unidos el derecho de dictar la conducción de las elecciones de Venezuela? Dominado por dos partidos comprados por una oligarquía de multimillonarios, suprime sistemáticamente los derechos democráticos en preparación para guerras a las que se opone la mayoría de la población.

Mientras que los funcionarios estadounidenses dicen que “su paciencia se está agotando” y que defienden la “voluntad del pueblo”, las elecciones estadounidenses ni siquiera están determinadas por el voto popular, sino por un Colegio Electoral antidemocrático. En 2000, la Corte Suprema de los Estados Unidos tardó más de un mes en emitir un fallo que otorgó la victoria al bando perdedor, mientras que en 2020, los estados no resolvieron los desafíos durante semanas mientras el Partido Republicano buscaba anular su clara derrota en las urnas.

Antes de las elecciones presidenciales de este noviembre, el Partido Demócrata está gastando millones para librar lo que él mismo describe como una “guerra total” contra los esfuerzos de otros partidos, y en particular del Partido Socialista por la Igualdad, para superar los obstáculos ya extremos para acceder a las urnas.

A nivel internacional, Washington y sus aliados de la OTAN están librando una guerra por delegación con Rusia, invirtiendo miles de millones para armar y apuntalar a un régimen en Ucrania que ha pospuesto indefinidamente las elecciones, gobierna por ley marcial con la ayuda de fascistas abiertos y detiene a izquierdistas que se oponen a la guerra bajo cargos fabricados, incluido el prominente trotskista Bogdan Syrotiuk.

En Oriente Próximo, el imperialismo estadounidense persigue sus intereses geoestratégicos proporcionando miles de millones en ayuda y armas al régimen de apartheid en Israel para que prosiga su guerra genocida destinada y “solución final” al “problema” palestino, asesinando, matando de hambre y desplazando a millones de civiles inocentes.

Tales son las credenciales de los apóstoles de la “democracia” y los “derechos humanos” que pronuncian sus sermones contra Venezuela.

Si bien afirma defender la democracia, la política de Washington hacia la región ha estado y sigue estando animada por la Doctrina Monroe, que afirma la hegemonía irrestricta del imperialismo estadounidense sobre su “propio patio trasero”. Hitler, Ribbentrop, Carl Schmitt y otros líderes nazis citaron esta infame doctrina como inspiración para sus concepciones detrás de la guerra genocida del Tercer Reich, en busca de un “espacio vital” en Europa del Este y la antigua Unión Soviética.

La doctrina ha adquirido una nueva relevancia para el Pentágono, ya que busca utilizar a América Latina como plataforma de lanzamiento para una guerra mundial, como lo demostró un foro reciente en Washington titulado “¿Pasando por alto a Monroe? Protegiendo nuestro hemisferio y patria”. Se presentó como panelista principal la general Laura Richardson, jefa del Comando Sur de los Estados Unidos, que supervisa las operaciones del Pentágono en América del Sur y Central.

La general Richardson argumentó que la doctrina ya no se puede dejar en el estante. “Nuestros competidores estratégicos están tratando de reemplazarnos en nuestro hemisferio”, dijo, y es hora de “poner el pie en el acelerador” para detener la creciente influencia de China y Rusia.

“Esta región es muy rica en recursos”, agregó, mencionando el litio, oro, cobre, soja, azúcar, carne de res, maíz, crudo ligero y “el crudo pesado en Venezuela”.

Durante más de un siglo, los métodos empleados por Washington para dominar la región han consistido en agresiones ilimitados, como invasiones militares, golpes militares y la instalación de dictaduras fascistas. Esto ha continuado ininterrumpidamente desde el derrocamiento por parte de la CIA del Gobierno electo de Jacobo Árbenz en Guatemala, en 1954, pasando por la creación de dictaduras militares fascistas en Brasil, Chile, Argentina y la mayor parte del hemisferio en las décadas de 1960 y 1970, el apoyo a los regímenes de escuadrones de la muerte en Centroamérica en la década de 1980 y el apoyo más reciente a los golpes de Estado de derecha en Honduras en 2009, en Bolivia en 2019 y en Perú en 2022.

Hoy, la operación de Washington en Venezuela proviene directamente del libro de jugadas del exsecretario de Estado, Henry Kissinger, quien explicó en una llamada telefónica con Richard Nixon la necesidad de crear un “clima golpista” para derrocar al presidente electo de Chile, Salvador Allende. En el período inmediatamente anterior al golpe, Kissinger dijo su famoso comentario: “No veo por qué deberíamos quedarnos al margen y dejar que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propia gente”.

Dada esta larga y sangrienta historia, el papel criminal que está desempeñando el imperialismo estadounidense en su camino hacia una tercera guerra mundial y la flagrante descomposición de todas las instituciones democráticas en los propios Estados Unidos, surge la pregunta obvia: ¿quién diablos es Washington para predicar sobre “democracia” a los venezolanos o a nadie más?

La crisis en Venezuela, que en gran parte es producto de la agresión imperialista estadounidense, solo puede ser resuelta por la clase obrera venezolana en una lucha común con los trabajadores de América Latina, Estados Unidos e internacionalmente.

Las elecciones del domingo pasado no ofrecieron ninguna alternativa real. Fueron ilegítimas desde un principio, al no ser el producto de ninguna demanda del pueblo venezolano, sino de negociaciones a puerta cerrada en Barbados entre Caracas y los lacayos de Washington, que se organizaron solo para que el imperialismo estadounidense avanzara en su agenda de hacerse de las reservas de petróleo del país sudamericano, las más grandes del planeta.

El Gobierno de Maduro está tratando de devolver a Venezuela a los conglomerados petroleros bajo sus propios términos, para beneficiar a su facción de la burguesía y mantener su régimen. Apenas la semana pasada, el Wall Street Journal informó que Maduro está prometiendo secretamente a los ejecutivos petroleros “generosas ganancias y control operativo sobre empresas conjuntas” y “contratos sin licitación ni supervisión ambiental”, así como “futuros ingresos petroleros y una negociación directa para reestructurar unos $60 mil millones en deuda” a tenedores de bonos extranjeros.

El programa tanto de Maduro como de su oponente Machado, apodada con aprobación por los medios occidentales como la “Margaret Thatcher venezolana”, requeriría igualmente una represión masiva propia de un Estado policial. La única diferencia significativa es que la oposición de extrema derecha está prometiendo desalojar los intereses rusos y chinos, lo cual tiene una importancia estratégica y apremiante para el imperialismo estadounidense.

Solo el movimiento trotskista, hoy dirigido por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional, ha sacado la lección clave de las trágicas experiencias de guerras y revoluciones traicionadas del siglo XX:

Los trabajadores y las masas oprimidas dirigirán sus fuerzas por completo y con éxito para destruir el fascismo, la opresión imperialista y la guerra solo si eso significa luchar por mejores condiciones de existencia y el control de las fábricas, los recursos y la tecnología para asegurarlas, es decir, una lucha por un Gobierno obrero y la transformación socialista de la sociedad.

Esto significa que la tarea urgente hoy en Venezuela, Estados Unidos e internacionalmente es construir un movimiento internacional de la clase trabajadora, opuesto a todas las fuerzas burguesas y nacionalistas, para derrocar al capitalismo y su sistema de Estado nación y establecer un sistema global basado auténticamente en la igualdad social.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 2 de agosto de 2024)

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