La elección de Donald Trump es un evento crítico en la crisis prolongada de la democracia estadounidense, cuyas repercusiones se han sentido en todo el mundo. Un demagogo fascista que intentó anular violentamente la última elección presidencial en 2021 ha ganado contundentemente las elecciones de 2024 con mayorías tanto en el colegio electoral como en el voto popular. Será reinstalado en la Casa Blanca en menos de 70 días.
Trump debe su triunfo político al callejón sin salida del Partido Demócrata, cuya obsesión con la política de identidades de la clase media acomodada, la indiferencia arrogante hacia el impacto devastador de la inflación en los niveles de vida de los trabajadores y su intransigente apoyo a la guerra en Ucrania y al genocidio en Gaza prepararon el desastre electoral.
Los bastiones de la prensa capitalista ya están intentando minimizar las implicancias políticas de la victoria de Trump. “La elección de Trump representa una grave amenaza”, señala el New York Times, “pero no podrá definir el futuro a largo plazo de la democracia estadounidense. El diario reasegura a sus lectores que Trump será un presidente sin poder porque la Constitución le prohíbe postularse para otro término.
Se trata de una ilusión. Trump proclamó abiertamente que estas serían las últimas elecciones y que sus partidarios no tendrían que volver a votar. La realidad política es que la elección de Trump sienta las bases para una ola sin precedentes de contrarrevolución social, que Trump planea imponer con un puño de hierro.
Trump ha prometido convertirse en “dictador” y desplegar el ejército para aplastar “al enemigo interior”. Planea deportar a 11 millones de inmigrantes indocumentados, una operación que requeriría poner a las principales ciudades estadounidenses bajo ley marcial. Ha propuesto eliminar el impuesto sobre la renta y promete recortar drásticamente los impuestos a los ricos y acabar con la regulación de las empresas. No se puede exagerar el impacto devastador que estas políticas tendrán en la clase trabajadora.
Él no es un accidente político. Sea como sea que lo haya logrado —y no es para minimizar la complicidad política del Partido Demócrata— la llegada al poder de un segundo Gobierno de Trump representa el realineamiento violento de la superestructura política estadounidense para que se corresponda con las relaciones sociales reales que existen en Estados Unidos.
Donald Trump no habla simplemente como un individuo criminal, sino como el representante de una poderosa oligarquía capitalista que ha tomado forma en las últimas tres o cuatro décadas. Los megamillonarios y multimillonarios —dirigidos por gente como Elon Musk, Jeff Bezos, Peter Thiel y Larry Ellison — están utilizando a Trump para llevar a cabo una reestructuración reaccionaria de la sociedad estadounidense el pro de sus propios intereses.
Utilizarán el tiempo previo a la toma de posesión del 20 de enero para preparar el aluvión de medidas represivas y socialmente reaccionarias que se desencadenarán tan pronto como Trump esté de nuevo instalado en la Casa Blanca.
Fue capaz de sacar provecho de la ausencia dentro de la élite política de cualquier articulación de los intereses de la gran mayoría de la población. La campaña de Harris se opuso a hacer cualquier llamamiento social a la clase trabajadora. Dirigió su campaña a los votantes más acomodados, promocionando a belicistas odiadas como Liz Cheney y prometiendo colocar a republicanos en el gabinete.
Harris, Barack Obama y otros sustitutos demócratas recorrieron el país arengando a los votantes en el sentido de que no votar por Harris sería prueba de misoginia o racismo. Combinaron incesantes apelaciones a la identidad racial y de género con el apoyo a ultranza a la guerra en el extranjero. Los demócratas prometieron más apoyo a la ofensiva genocida de Israel contra Gaza y pidieron una escalada de la guerra de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia en Ucrania.
Los demócratas no ofrecieron nada para abordar la creciente crisis social en Estados Unidos, en lugar de afirmar que el país “va por buen camino»“ ante una población que cree casi unánimemente lo contrario. Figuras como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez presentaron la absurda mentira de que el Gobierno de Biden-Harris había mejorado las condiciones de los trabajadores y que Harris desafiaría el dominio de “la clase milmillonaria”. Imitando la afirmación de Hillary Clinton en 2016 de que la clase trabajadora está formada por “una cesta de deplorables”, Biden llamó “basura” a los partidarios de Trump en los últimos días de las elecciones.
Los totales de votos no muestran un aumento del apoyo a Trump, que parece haber perdido votos en comparación con sus totales de 2020, sino un asombroso colapso en el apoyo a los demócratas, con Harris ganando entre 10 y 15 millones de votos menos que Joe Biden en 2020.
Harris fue inferior a Biden en todas las regiones del país. Los esfuerzos del Partido Demócrata por convencer a diversos grupos raciales y de género de que apoyaran la campaña de Harris apelando a cuestiones de identidad fracasaron por completo. Trump registró el mayor aumento en los márgenes de votos en los condados donde más del 50 por ciento de la población no es blanca, y los datos de las encuestas a pie de urna muestran que Harris perdió a los hombres latinos a nivel nacional por un margen de 54 a 44 por ciento. Es un retroceso respecto a 2020, cuando Biden ganó ese grupo demográfico por 59 a 39 por ciento
El margen por el que los demócratas ganaron a los votantes jóvenes también cayó sustancialmente desde 2020, ya que innumerables jóvenes se negaron a votar por la candidata cómplice del genocidio en Gaza. Harris ganó a los votantes más jóvenes por solo un 56-41 por ciento frente al margen de 65-31 por ciento de Biden. Trump obtuvo la mayoría de votos entre los votantes primerizos, lo que sugiere que los demócratas fueron incapaces de movilizar a los votantes más allá de la clase media-alta acomodada.
De hecho, Harris solo mejoró entre los más acaudalados. Entre los votantes con ingresos de 200.000 dólares o más, ganó por 52 a 44 por ciento, revirtiendo una estrecha victoria de Trump en ese tramo de ingresos en 2020. Trump ganó entre los votantes con ingresos de 100.000 a 200.000 dólares en 2020 por un margen de 58-41 por ciento, pero Harris ganó por 53-45 por ciento. Los demócratas vieron un colapso en el apoyo de los trabajadores, ya que Harris perdió entre aquellos que ganan de 30.000 a 100.000 dólares, una amplia franja de la población que Biden ganó por un margen aproximado de 57-43 por ciento en 2020.
El electorado se vio animado por un profundo enfado social. Entre el 43 por ciento de los votantes que dijeron estar “insatisfechos” con “la forma en que van las cosas en el país hoy en día”, Trump ganó 54 a 44 por ciento. Entre el 29 por ciento que respondieron que estaban “enfadados”, Trump ganó 71-27 por ciento. Harris ganó 89-10 por ciento entre la pequeña porción de la población que se siente “entusiasmada” con las condiciones económicas y sociales actuales. El porcentaje total de la población que dijo que su situación económica es “peor” hoy que hace cuatro años se duplicó con creces hasta el 45 por ciento, y Trump ganó entre esos votantes por un margen del 80 al 17 por ciento.
Trump y los republicanos son muy conscientes de que presidirán un polvorín social, y de que las políticas de derechas que planean aplicar no harán sino ahondar la ira social. Su estrategia consiste en combinar la represión masiva de un Estado policial con una campaña fascista para convertir a los inmigrantes en chivos expiatorios de todos los males sociales. Aunque las encuestas a pie de urna no sugieren que los votantes se dejaron engañar por los viles ataques de Trump contra los inmigrantes, y aunque grandes mayorías dicen creer que los inmigrantes merecen una vía hacia la ciudadanía en lugar de enfrentarse a deportaciones masivas, el escenario está preparado para un ataque masivo y violento contra los trabajadores inmigrantes a una escala que hará que incluso su primer término parezca un juego de niños.
Y aunque las demagógicas afirmaciones de Trump de que se opone a la guerra podrían haberle ganado votos en contra de los belicistas empedernidos del Partido Demócrata, Trump es también un político imperialista despiadado que aboga por una confrontación intensificada con China, Irán y Corea del Norte.
La respuesta de los demócratas a la victoria electoral de Trump será buscar un compromiso y una coalición. Esto ya lo evidencia la declaración capitularía de Harris el miércoles por la tarde. No hizo ninguna advertencia sobre el carácter dictatorial del régimen entrante de Trump y se comprometió a cooperar con el traspaso de poder al aspirante a Führer estadounidense. Los demócratas se desplazarán aún más a la derecha, mientras tratan de forjar un acuerdo con los republicanos sobre su prioridad central, la escalada bélica.
El carácter reaccionario del programa político y social de Trump quedará suficientemente claro. A medida que la clase dominante trata de reestructurar el Estado, tiene que haber una reestructuración de la política, a lo largo de las líneas de clases. Como escribió el presidente del Consejo Editorial Internacional del WSWS, David North, la elección de Trump “es el resultado desastroso del repudio a largo plazo y muy deliberado por parte del Partido Demócrata de cualquier orientación programática hacia la clase obrera....
En Estados Unidos, el nuevo antimarxismo se mezcló con la larga tradición del anticomunismo. La política de izquierdas, del tipo relacionado con la militancia de la clase obrera, desapareció. Los agravios identitarios desplazaron cualquier preocupación seria por la concentración masiva de riqueza en un pequeño segmento de la sociedad a expensas de la clase trabajadora.
Quienes han promovido esta forma de política de derechas, impulsada por el Partido Demócrata, recurren ahora a la más ruinosa de todas las respuestas a las elecciones: culpar a la población.
De hecho, el año pasado se produjo un crecimiento explosivo de la oposición política y social, desde las protestas masivas contra el genocidio en Gaza hasta un crecimiento constante de las huelgas de los trabajadores, que se esfuerzan por liberarse del control del aparato sindical corporativista. En el horizonte se vislumbran inmensas luchas sociales.
Estas luchas deben ser dirigidas políticamente, y deben ser guiadas por la comprensión de que el fascismo solo puede ser detenido por el desarrollo de un movimiento independiente de la clase obrera contra la causa de la reacción política y la oligarquía: el sistema capitalista. Debe haber “un nuevo nacimiento” de una política genuinamente socialista, basada en la clase obrera y animada por una estrategia internacional.
El Partido Socialista por la Igualdad, a través de la campaña electoral presidencial de Joseph Kishore y Jerry White, se dedicó a movilizar a la clase obrera en torno a un programa socialista internacional en oposición a la guerra, la desigualdad y el sistema capitalista que las produce. Este programa adquiere ahora una urgencia aún mayor. En el período que se avecina, el Partido Socialista por la Igualdad y el Comité Internacional de la Cuarta Internacional lucharán por conquistar un movimiento creciente de trabajadores y jóvenes contra la guerra, la dictadura y la desigualdad y por la transformación socialista de la sociedad.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 6 de noviembre de 2024)