En el contexto del inicio de las audiencias públicas del Comité Selecto del 6 de enero en la Cámara de Representantes de Estados Unidos, cualquier discusión del acontecimiento debe comenzar con un hecho reconocido e innegable: el presidente estadounidense buscó organizar un golpe de Estado, derrocar la Constitución y establecer una dictadura personalista. Y estuvo muy cerca de lograrlo.
El legislador Bennie Thompson, el presidente demócrata del comité, fue directo en su caracterización el jueves: “El 6 de enero fue la culminación de un intento de golpe de Estado”. El ataque violento al Capitolio no fue un accidente, añadió. “Fue la última y más desesperada oportunidad de Trump para frenar el traspaso de poderes”.
Este hecho tiene una importancia monumental. La historia de Estados Unidos ahora incluye el hecho de que el Gobierno del país estuvo a punto de ser derrocado en un golpe de Estado político organizado por un presidente en funciones. En la era moderna, no ha acontecido algo similar en ningún país capitalista avanzado.
Las audiencias apenas comienzan, pero incluso la presentación de los hechos en el primer día suscita varias interrogantes que no han sido respondidas. ¿Por qué no hubo prácticamente ninguna resistencia al asalto al Capitolio? ¿Por qué no se tomaron medidas para detenerlo por tres horas? Dado que Trump denunció que las elecciones habían sido ilegítimas desde que ocurrieron, ¿por qué, como es evidente, fueron desactivadas todas las medidas de defensa del Capitolio en vez de que se hicieran preparativos? Además, ¿qué estaba haciendo el Partido Demócrata todo este tiempo? ¿Por qué guardaba silencio Biden? ¿Y por qué las audiencias tardaron 18 meses en celebrarse?
Hay dos cuestiones críticas relacionadas con responder estas preguntas.
En primer lugar, tal evento solo puede comprenderse en términos sociales, políticos y de clase. En un sentido fundamental, el intento de derrocar el Gobierno significa que un sector sustancial de la burguesía estadounidense estaba preparado para aceptar el establecimiento de una dictadura presidencial. Esto lo corrobora el apoyo contundente del Partido Republicano a las acciones de Trump, así como un respaldo importante en todos los niveles del Estado capitalista.
En los meses previos al 6 de enero, seis republicanos, incluyendo el líder de la mayoría del Senado, Mitch McConnell, legitimaron las acusaciones de Trump de que la elección había sido robada. La invasión del Capitolio fue parte de un plan que involucraba que los oficiales republicanos debían presentar objeciones a los electores nombrados por los estados que Biden había ganado. Incluso después de la intentona golpista, en las primeras horas del 7 de enero, dos tercios de los republicanos votaron en contra de certificar los resultados.
Es más, Trump y sus cómplices contaban con apoyo dentro del aparato militar y policial. En marzo de 2021, el comandante de la Guardia Nacional de D.C., William Walker, testificó que, transcurrieron tres horas y 19 minutos entre la solicitud inicial al mando militar de desplegar tropas de la Guardia Nacional y su aprobación.
En segundo lugar, la respuesta abúlica del Partido Demócrata al golpe demuestra la ausencia de cualquier compromiso con la democracia burguesa en la clase gobernante. Los demócratas estuvieron claramente al tanto de los planes de Trump de aferrarse al poder. En junio de 2020, Biden dijo que su “máxima preocupación” era “que este presidente intente robarse la elección”.
Sin embargo, los demócratas no tomaron ninguna acción para oponerse al golpe de Estado ni para alertar al público de lo que estaba ocurriendo. El 6 de enero, el presidente electo Biden esperó varias horas antes de pronunciarse. Cuando dio una declaración, hizo el extraordinario llamado al propio Trump a “dar un paso adelante”, aparecer en televisión nacional y cancelar la insurrección que el mismo había organizado.
Los demócratas estaban y están aterrados ante cualquier cosa que movilice una oposición más amplia en la población. A lo largo de todo el término de Trump, sus diferencias se centraron en cuestiones de política exterior, particularmente la demanda de medidas más agresivas contra Rusia.
Incluso en las audiencias del 6 de enero, todas las acciones de los demócratas están orientadas hacia la derecha, de manera típicamente sumisa: la presentación de la republicana Liz Cheney, hija del exvicepresidente Dick Cheney, como principal portavoz del comité; la glorificación de Mike Pence, William Barr y otros operativos republicanos; etc.
Mientras tanto, Biden ha guardado silencio sobre las audiencias y no ha dicho nada sobre el golpe del 6 de enero desde su discurso en el aniversario hace seis meses. Según la Casa Blanca, esto se debe a que Biden no quiere “politizar” la investigación sobre un intento de insurrección fascista contra su propia presidencia.
Basado en lo que ya sabemos, si el golpe hubiera tenido éxito no hay razón para creer que el Partido Demócrata se hubiera opuesto. Los demócratas se habrían adaptado a los nuevos hechos en el terreno, a lo sumo pidiendo la intervención de los militares o de la Corte Suprema, que incluye a Clarence Thomas, el esposo de una de las principales conspiradoras del golpe.
Hace cincuenta años, la implicación del Gobierno de Nixon en la entrada forzada en la sede del Partido Demócrata en el edificio de oficinas Watergate se consideró lo suficientemente grave como para requerir extensas audiencias y procesamientos que culminaron con la dimisión de Nixon.
Los acontecimientos que tuvieron lugar el 6 de enero de 2021 son de un carácter cualitativamente diferente: un intento de derrocar la Constitución y establecer una dictadura. Sin embargo, ninguno de los principales implicados ha sido detenido. El Partido Demócrata ni siquiera ha dicho cuáles son los objetivos de las audiencias en el Congreso ni ha sugerido que estén destinadas a establecer un caso para imputar y procesar a Trump. Por el contrario, las audiencias fueron precedidas por la decisión del Departamento de Justicia de no presentar cargos contra los principales asesores de Trump, Mark Meadows y Dan Scavino.
La situación es extremadamente peligrosa. El golpe del 6 de enero fue el producto de la crisis prolongada y terminal de la democracia estadounidense, enraizada, sobre todo, en el crecimiento extremo de la desigualdad social. Todas las condiciones que la provocaron no han hecho más que agravarse. Hay cada vez más signos de crisis y colapso económico, mientras la inflación se dispara sin control. Aunque toda la élite política y los medios de comunicación lo ignoran, la pandemia sigue extendiéndose.
La clase dirigente, mientras libra una guerra mundial en el extranjero y se enfrenta a una creciente oposición interna, recurre a formas dictatoriales de gobierno. El hecho de que la democracia estadounidense está al borde del colapso se reconoce ampliamente. En la prensa internacional se habla abiertamente de la posibilidad de una guerra civil y de la desintegración del país.
El Partido Republicano, en nombre de los sectores más despiadados de la clase dominante, se muestra impenitente y agresivo. En la actualidad, el Partido Republicano apoya mayoritariamente a Trump y se prepara para hacerse con el control del Congreso en las elecciones de medio mandato.
El Partido Demócrata, lejos de movilizar a la oposición, aboga por la “unidad” y la tolerancia “bipartidista”. Busca, como siempre, ocultar, desmoralizar y hacer todo lo posible para desviar la ira social contra el sistema existente en líneas reaccionarias, sobre todo en apoyo a la guerra.
Las organizaciones sindicales, políticamente alineadas con el Partido Demócrata, hacen todo lo posible para subvertir y suprimir la oposición de la clase obrera. Las organizaciones pseudoizquierdistas de la clase media-alta se dedican a enemistar y confundir a los trabajadores con la promoción de políticas raciales y de género. Otro sector de la pseudoizquierda ha quedado completamente expuesto por sus esfuerzos para restarle importancia al golpe, tratarlo como algo insignificante, e incluso solidarizarse con Trump.
Lo que surge del análisis de los acontecimientos del 6 de enero y de la conspiración en curso es que la oposición a la dictadura y la defensa de los derechos democráticos más básicos debe desarrollarse en forma de un movimiento de la clase trabajadora. No es una cuestión abstracta. Un año y medio después de la intentona golpista de Trump, hay un movimiento ascendente de trabajadores en EE.UU. y a nivel internacional, enormemente acelerado por las consecuencias económicas y sociales de la pandemia y la guerra.
Este proceso objetivo, sin embargo, debe convertirse en un movimiento político consciente contra el capitalismo y todo el aparato político de la clase gobernante. Esto significa, sobre todo, la construcción del Partido Socialista por la Igualdad como dirección revolucionaria de la clase obrera.
(Publicado originalmente en inglés el 10 de junio de 2022)