Español

Analizando un mundo en caos desde una isla de tranquilidad

Este discurso fue pronunciado por el presidente del Consejo Editorial Internacional del World Socialist Web Site, David North, en la isla de Büyükada (Prinkipo), Turquía, el domingo 25 de agosto. El evento, titulado 'Analizando un mundo en caos desde una isla de tranquilidad', fue la segunda conmemoración internacional de la obra de León Trotsky en Büyükada, durante el primer período de su exilio de la Unión Soviética entre 1929 y 1933.

North fue invitado a hablar por el alcalde de Büyükada, Ali Ercan Akpolat, y junto a él en el panel de invitados estuvo el Dr. Rıdvan Akın de la Universidad de Galatasaray. El evento fue moderado por Ulaş Ateşçi, miembro destacado del Sosyalist Eşitlik (Grupo Socialista por la Igualdad) en Turquía. 160 personas asistieron al evento, y muchas compraron literatura y se quedaron para una sesión de preguntas y respuestas después.

En primer lugar, permítanme agradecer al alcalde Ali Ercan Akpolat y a su administración por organizar e invitarme a hablar en esta Segunda Conmemoración Internacional de León Trotsky. El establecimiento de esta conmemoración como un evento intelectual anual es de una importancia tanto histórica como contemporánea.

El alcalde de Büyükada, Ali Ercan Akpolat (izquierda), habla con David North (derecha) y Ulaş Ateşçi.

Los cuatro años que Trotsky pasó en Büyükada estuvieron entre los más trascendentales de su vida y de la historia del siglo XX. 1929, el año en que llegó aquí, fue el año del crack de Wall Street y el comienzo de la depresión mundial. 1933 fue el año de la llegada al poder del régimen nazi de Hitler, una catástrofe histórica que desembocó en la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto y el lanzamiento de bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. La humanidad está todavía pagando el precio de la derrota de la clase obrera alemana y europea en los años treinta.

En 1938 Trotsky definió la época histórica como la de la agonía del capitalismo. Como consecuencia de la derrota de la revolución socialista en los años treinta, como consecuencia de las traiciones estalinistas en Francia, en España y, por supuesto, en la propia Alemania, la agonía ha sido prolongada. Pero los acontecimientos actuales están validando el pronóstico histórico de Trotsky. Casi 80 años después del colapso del Tercer Reich de Hitler y el fin de la Segunda Guerra Mundial, estamos asistiendo al resurgimiento del fascismo, la utilización del genocidio como instrumento de política estatal y la escalada de los conflictos militares hacia una tercera guerra mundial nuclear.

Para evitar el descenso a la barbarie y la autoaniquilación de la civilización, es necesario que estudiemos el pasado y saquemos de él las lecciones apropiadas.

Es en el contexto de la tragedia central del siglo XX —la victoria del fascismo en Alemania— que los años de Trotsky en esta isla conservan un significado histórico tan inmenso. Es bien sabido que Trotsky escribió dos de sus más grandes obras maestras literarias durante su exilio de Prinkipo: su autobiografía, Mi vida, y su monumental Historia de la Revolución Rusa.

Pero el mayor logro de Trotsky mientras estuvo en Büyükada fue su análisis de la crisis política que se desarrollaba en Alemania, su esfuerzo por alertar a la clase obrera alemana sobre el peligro que representaba el nazismo y su denuncia de las políticas desastrosas seguidas por el Partido Comunista Alemán bajo la dirección de Stalin. Confinado en una isla a 1.600 kilómetros de Berlín, Trotsky comprendió con una clarividencia inigualable las consecuencias inevitables de la política de Stalin y lo que había que hacer para evitar la victoria de los nazis.

Leon Trotsky en su escritorio en Prinkipo

Ya en septiembre de 1930, más de dos años antes de la victoria de Hitler, Trotsky escribió:

El fascismo se ha convertido en un peligro real; es la expresión del estrecho callejón sin salida en que se encuentra el régimen burgués, del papel conservador de la socialdemocracia frente a este régimen y de la debilidad acumulada del partido comunista, incapaz de derribar dicho régimen. Quien quiera que niegue esto es un ciego o un fanfarrón.

Alemania poseía la clase obrera más numerosa, poderosa y políticamente avanzada de Europa. Fue el lugar de nacimiento de Marx y Engels, y el país cuyo desarrollo industrial había dado lugar, bajo la influencia del marxismo, al Partido Socialdemócrata de masas (SPD). Pero el SPD y prácticamente todos los partidos asociados de la Segunda Internacional traicionaron el programa del socialismo internacional en agosto de 1914 cuando apoyaron la entrada de sus gobiernos capitalistas en lo que llegó a ser la Primera Guerra Mundial.

La fundación de la Tercera Internacional bajo la dirección de Lenin y Trotsky, después de la Revolución de Octubre de 1917, tuvo como objetivo la reconstrucción de los partidos revolucionarios basados en el internacionalismo socialista. El Partido Comunista Alemán (KPD) emergió como la sección más grande, fuera de la Unión Soviética, de la nueva Internacional. Pero su desarrollo se vio socavado por una crisis de liderazgo político. El asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht en enero de 1919, sólo dos semanas después de la fundación del KPD, privó al partido de sus dirigentes más experimentados. El problema de dirección se intensificó con el crecimiento de la burocracia dirigida por Stalin dentro de la Unión Soviética, el repudio del programa de la revolución socialista mundial y la adopción del programa nacionalista del 'socialismo en un solo país'.

Trotsky, el líder de la Oposición de Izquierda dentro del Partido Comunista Ruso, se opuso a esta revisión nacionalista fundamental del programa marxista, que desorientó a los nuevos partidos comunistas y llevó a la subordinación de las secciones de la Internacional Comunista a los intereses nacionales de la burocracia soviética.

Esta desorientación encontró su expresión más desastrosa en la política del Partido Comunista Alemán. Frente al ascenso del fascismo, la tarea esencial del KPD era unir todas las fuerzas de la clase obrera en una lucha defensiva común. En condiciones en las que las lealtades de la clase obrera estaban divididas entre dos partidos, el SPD y el KPD, el Partido Comunista estaba obligado a ganarse la confianza de los millones de trabajadores que todavía seguían el ejemplo de los socialdemócratas.

A pesar del carácter reformista del SPD y de su amarga hostilidad hacia el programa de la revolución socialista, el ascenso del fascismo amenazaba su propia existencia. Por lo tanto, Trotsky insistió en que el KPD estaba obligado a explotar el conflicto objetivo que existía entre el SPD como organización obrera reformista y los nazis. Pero los estalinistas, negando la existencia de este conflicto, rechazaron toda colaboración con los socialdemócratas, incluso con el propósito de autodefensa organizativa.

Trotsky sometió la política ultraizquierdista de los estalinistas —que definía al Partido Socialdemócrata como 'fascista social' y, por lo tanto, como el gemelo político de los nazis— a críticas devastadoras. Llamó al Partido Comunista a abandonar la política autodestructiva del 'fascismo social' y hacer un llamamiento al Partido Socialdemócrata para un 'frente unido' contra los nazis. Un acuerdo entre los dos partidos de masas de la clase obrera, que mantenían la lealtad de millones de trabajadores en Alemania, su llamamiento a la acción unida, a acciones defensivas combinadas contra los nazis, insistía Trotsky, crearía un obstáculo infranqueable en el camino de Hitler hacia el poder. Además, despejaría el camino para que la clase obrera pasara a la ofensiva contra el régimen capitalista alemán y sus subordinados nazis.

En diciembre de 1931, en un artículo titulado 'Por un frente único obrero contra el fascismo', Trotsky advirtió: “Alemania vive hoy uno de sus más grandes momentos históricos; el destino del pueblo alemán, el destino de Europa y, en gran medida, el destino de toda la humanidad en los próximos decenios depende de él”.

La estúpida e imprudente definición del Partido Socialdemócrata como fascista por parte de los estalinistas tuvo el efecto de minimizar drásticamente el peligro que representaba el auténtico fascismo de Hitler. Con una claridad inigualable por cualquier contemporáneo, Trotsky explicó el papel político específico del fascismo en el arsenal contrarrevolucionario de la clase dominante. En su artículo '¿Y ahora qué?', publicado en enero de 1932, Trotsky escribió:

El régimen fascista ve llegar su turno porque los medios 'normales', militares y policiales de la dictadura burguesa, con su cobertura parlamentaria, no son suficientes para mantener a la sociedad en equilibrio. A través de los agentes del fascismo, el capital pone en movimiento a las masas de la pequeña burguesía irritada, a las bandas del lumpenproletariado desclasadas y desmoralizadas, a todos esos innumerables seres humanos a los que el mismo capital financiero ha empujado a la rabia y la desesperación. La burguesía exige del fascismo un trabajo completo: puesto que ha aceptado los métodos de la guerra civil, quiere lograr la calma para varios años ... La fascistización del Estado no implica solamente la 'mussolinización' de las formas y los métodos de gobierno -en este terreno, los cambios juegan a fin de cuentas un papel secundario- sino, antes que nada y sobre cualquier otra cosa, el aplastamiento de las organizaciones obreras: hay que reducir al proletariado a un estado de apatía completa y crear una red de instituciones que penetren profundamente en las masas, para obstaculizar toda cristalización independiente del proletariado. Es precisamente aquí donde reside la esencia del régimen fascista.

Se puede decir que 90 años después, no hay una definición más amplia y precisa de lo que es el fascismo, y si Trotsky no hubiera escrito nada más en su vida, estas palabras habrían asegurado su inmortalidad política.

En su crítica de la política de los estalinistas, Trotsky enfatizó que la fuente esencial de sus errores era una orientación nacionalista, que separaba la lucha contra el fascismo en Alemania de la perspectiva del socialismo internacional. Esto llevó a los dirigentes del Partido Comunista Alemán, influenciados por el programa nacionalista de la burocracia soviética de 'socialismo en un solo país', a promover el llamamiento a una 'revolución popular nacional' alemana —que desdibujaba la orientación explícitamente proletaria del partido y se adaptaba a la agitación chovinista de los nazis— en lugar del programa de la revolución socialista mundial. Desenmascarando esta falsa perspectiva, Trotsky escribió:

La consigna de la unificación proletaria de Europa es al mismo tiempo un arma muy importante en la lucha contra el chovinismo abyecto de los fascistas, frente a su cruzada contra Francia. La política más peligrosa e incorrecta es la que consiste en adaptarse pasivamente al enemigo, en hacerse pasar por él. A las consignas de desesperación nacional y de locura nacional hay que oponer las consignas que proponen una solución internacional. Pero, para esto, es indispensable limpiar al partido del veneno del socialismo nacional, cuyo elemento esencial es la teoría del socialismo en un solo país.

A pesar de que la fuerza de los nazis crecía constantemente, los estalinistas se negaron a cambiar sus políticas. Trotsky lanzó una apasionada advertencia a la clase obrera alemana:

Obreros-comunistas, son ustedes cientos de miles, millones; no pueden salir a ningún sitio; no hay suficientes pasaportes para ustedes.Si el fascismo llega al poder, pasará como un temible tanque sobre vuestros cráneos y vuestros espinazos. La salvación se encuentra únicamente en una lucha sin cuartel. Sólo la aproximación en la lucha con los obreros socialdemócratas puede aportar la victoria. ¡Apresuraos, obreros comunistas, porque os queda poco tiempo!

Las advertencias de Trotsky no fueron escuchadas. El 30 de enero de 1933, Hitler fue llevado al poder por una camarilla de conspiradores de la clase dominante sin que se disparara un solo tiro. A los pocos días, como había predicho Trotsky, los nazis lanzaron su reino de terror contra la clase obrera y sus organizaciones políticas y sindicales. Pero lejos de reconocer la magnitud de la derrota sufrida por la clase obrera alemana, el régimen estalinista de Moscú, que había dictado la política seguida por su satélite alemán, declaró que las políticas responsables de la victoria de los nazis habían sido correctas.

La evasión cínica y engañosa por parte de la burocracia del Kremlin dirigida por Stalin de toda responsabilidad en la catástrofe alemana significó el colapso efectivo de la Tercera Internacional Comunista. El 15 de julio de 1933, en vísperas de su partida de Büyükada, Trotsky hizo un llamamiento a la construcción de la Cuarta Internacional. Escribió:

Una organización que no fue despertada por el trueno del fascismo y que se somete dócilmente a actos tan indignantes de la burocracia demuestra con ello que está muerta y que nada puede revivirla. Decir esto abierta y públicamente es nuestro deber directo para con el proletariado y su futuro. En todo nuestro trabajo posterior es necesario tomar como punto de partida el colapso histórico de la Internacional Comunista oficial.

Todos los acontecimientos posteriores sirvieron para reivindicar el llamamiento de Trotsky a una nueva Internacional. La política de la burocracia estalinista adquirió un carácter conscientemente contrarrevolucionario. Los intereses de la clase obrera internacional y la lucha por el socialismo fueron subordinados por el régimen del Kremlin a los cálculos pragmáticos de sus maniobras diplomáticas reaccionarias con los dirigentes del imperialismo mundial. El asesinato en masa de los viejos bolcheviques y de toda una generación de luchadores por el socialismo durante el Terror de 1936-39 tenía la intención por parte de Stalin de demostrar a las potencias imperialistas que el régimen soviético había roto irrevocablemente con la perspectiva de la revolución socialista mundial. La transformación del régimen estalinista y de sus partidos asociados en instrumentos de la contrarrevolución tuvo su culminación con la firma del Pacto Stalin-Hitler hace exactamente 85 años, el 23 de agosto de 1939. Un año después, el 20 de agosto de 1940, Trotsky fue herido de muerte por un agente de la policía secreta soviética, la GPU.

Es oportuno recordar esta historia al reunirnos hoy. Como se dice en el título del evento de hoy, fue desde esta isla de tranquilidad que Trotsky analizó un mundo en caos. Estamos conmemorando los años de Trotsky en Büyükada en un momento en que el mundo está cayendo una vez más en el caos. Esto confiere al presente acontecimiento una significación excepcional.

La audiencia en Büyükada.

No sólo rendimos homenaje al hombre que está al lado de Lenin como el más grande teórico y revolucionario marxista del siglo XX. Estamos reconociendo el lugar único que ocupa el legado político de Trotsky en la política mundial contemporánea.

Describir las concepciones políticas de Trotsky como meramente 'relevantes' es quedarse corto. No se pueden entender las contradicciones políticas del mundo actual —que se manifiesta, entre otras cosas, en un resurgimiento mundial del fascismo— sin un estudio sistemático de los escritos de Trotsky. Su teoría de la revolución permanente es tan esencial para la estrategia y la práctica del socialismo internacional —es decir, la lucha por asegurar el futuro de la humanidad— como lo son las teorías de Einstein y Heisenberg para la comprensión del universo físico.

Invariablemente se plantea la objeción, especialmente de los académicos y practicantes de la política pseudoizquierdista de la clase media acomodada, de que asignar un significado contemporáneo duradero al legado político de Trotsky es un error. Argumentan que Trotsky sigue siendo una figura de la primera mitad del siglo pasado. Han pasado ochenta y cuatro años desde su asesinato. La propia Unión Soviética ya no existe. Vivimos en un mundo muy diferente. El énfasis marxista, afirman, en la centralidad de la clase obrera y la lucha de clases —el llamado 'esencialismo de clase'— ha sido reemplazado por políticas de identidad que priorizan la etnicidad, la raza y el género. La defensa de las ideas y perspectivas asociadas con Trotsky, es decir, el programa de la revolución socialista mundial, es 'idolatría'. Trotsky y el trotskismo, proclaman, son 'irrelevantes'.

Esta es la esencia del argumento planteado por un académico británico, el profesor emérito John Kelly del Birkbeck College, Universidad de Londres. El profesor ha escrito durante los últimos seis años dos libros dedicados a demostrar la irrelevancia del trotskismo. El primer volumen, titulado Trotskismo contemporáneo, se publicó en 2018. El segundo volumen, titulado El crepúsculo del trotskismo mundial, se publicó en 2023. Cabría preguntarse ¿por qué el profesor ha dedicado tanto tiempo y esfuerzo al estudio de un movimiento y de un hombre que considera 'irrelevante'? ¿Qué tiene Trotsky y el movimiento trotskista que ha llevado al profesor Kelly a dedicar tanta energía a denunciarlo?

¿Y por qué los dos volúmenes de Kelly han sido publicados por Routledge, una de las editoriales más grandes del mundo con ingresos anuales de entre 50 y 100 millones de dólares? ¿Por qué esta poderosa editorial capitalista gasta sus recursos en publicar libros sobre una organización irrelevante? Cabe recordar que en 2003 Routledge también publicó una biografía de León Trotsky. Tuve el gran honor de denunciar a su autor, el profesor Ian Thatcher, como un calumniador intelectualmente sin principios. Evidentemente, la preocupación de Routledge por Trotsky indica que de ninguna manera está convencido de su 'irrelevancia'.

Lo que Kelly y otros como él no pueden tolerar es la fidelidad del movimiento trotskista a una perspectiva revolucionaria. Señala al Comité Internacional de la Cuarta Internacional, con el que estoy asociado, para hacerle las críticas más amargas. Aunque el profesor Kelly y yo nunca nos hemos conocido, él me describe como 'un individuo falto de modestia y arrogante'; y se opone enérgicamente a la definición del Comité Internacional del trotskismo como 'el marxismo del siglo XXI'.

El profesor Kelly denuncia el titulo de la declaración de Año Nuevo publicada en el World Socialist Web Site en enero de 2020: 'Comienza la década de la revolución socialista'. En respuesta, Kelly escribió:

Herméticamente selladas en su doctrinarismo y enemigas de una investigación empírica genuina o de la innovación teórica, las organizaciones del trotskismo ortodoxo están condenadas a repetir eternamente los eslóganes y políticas del primer cuarto del siglo XX, convencidas de que estas ideas, y solo estas ideas, contienen la clave para su inminente transformación en partidos revolucionarios de masas que liderarán asaltos de estilo leninista contra el poder capitalista en todo el mundo. [The Twilight of Trotskyism, p. 97]

De hecho, el programa propuesto por el profesor Kelly se remonta a la última década del siglo XIX, a la obra de Eduard Bernstein que se propuso, en la Alemania de los años 90, transformar el SPD en un partido de reformas sociales. En palabras casi idénticas a las utilizadas por Kelly hoy en día, Bernstein argumentó que el programa revolucionario de Marx y Engels estaba desfasado, que las contradicciones del capitalismo eran susceptibles de reformas, que los conflictos entre estados capitalistas podían resolverse sin recurrir a la guerra, y que los niveles de vida de la clase obrera mejorarían constantemente. El socialismo no se alcanzaría a través de la revolución, sino a través de la reforma gradual de la sociedad capitalista. Pero los acontecimientos del siglo XX —las dos guerras mundiales, el uso de armas atómicas y la barbarie del fascismo y las formas relacionadas de represión masiva— refutaron las concepciones utópicas de Bernstein.

Eduard Bernstein

El profesor Kelly falla en identificar las nuevas consignas, políticas e ideas, superiores a las avanzadas por Trotsky y Lenin, que mostrarán a la clase obrera el camino a seguir en medio de la creciente crisis del capitalismo mundial.

El profesor Kelly acusa a los trotskistas de ser indiferentes a la investigación empírica. Pero es el profesor emérito —que se arrastra en un cómodo retiro con cómodas zapatillas en los pies y un gorro de dormir de lana sobre los ojos— quien parece no darse cuenta de los signos cada vez más evidentes del descenso del capitalismo mundial al caos y la barbarie. Escribe: 'La idea de que la era reformista ha llegado a su fin y que la política mundial se reduce a una simple opción binaria —socialismo o barbarie— es conceptualmente ingenua y empíricamente defectuosa'. [78]

Ahora que nos acercamos al punto medio de la década de 2020, ¿han tendido los acontecimientos a reivindicar la burla de Kelly sobre el pronóstico del Comité Internacional de hace cinco años? ¿Cuál ha sido la tendencia predominante en las estructuras económicas, sociales y políticas del capitalismo mundial desde el comienzo de la nueva década? Si las críticas del profesor Kelly al ‘doctrinarismo’ trotskista, ciego a las realidades del mundo contemporáneo, son correctas, tendría que demostrar, con la documentación empírica adecuada, que en los últimos cuatro o cinco años ha habido un fortalecimiento orgánico de la economía mundial, una disminución de la inestabilidad social —es decir, una reducción del conflicto de clases—, así como una disminución de las tensiones geopolíticas globales y un creciente vigor de las instituciones democráticas burguesas.

De hecho, un examen del estado de las estructuras económicas, sociales y políticas del capitalismo contemporáneo reivindica el análisis del movimiento trotskista. En todos los ámbitos, la crisis predomina sobre la estabilidad. La década comenzó con el estallido de una pandemia que se extendió por todo el mundo y provocó al menos 27 millones de 'muertes en exceso', y aún no se ha puesto bajo control. Su desenfreno global continúa. Acabo de leer hoy un informe que revela que solo en Estados Unidos, desde 2020 ha habido 1.100 millones de casos de COVID. El número de muertes en lo que va del año ha aumentado un 20 por ciento con respecto al año pasado. Pero la política de las élites gobernantes es ignorar la pandemia y fingir que ya no es un tema preocupante. La misma indiferencia caracteriza su respuesta al calentamiento global. Todos los problemas de la sociedad de masas moderna, que requieren una solución global, están subordinados a la búsqueda socialmente irracional y destructiva de las ganancias corporativas y a la acumulación de niveles desmedidos de riqueza personal.

A pesar del inmenso desarrollo de la tecnología, el sistema financiero mundial se tambalea al borde del colapso. En el transcurso de la última década y media en Estados Unidos, se requirieron dos niveles masivos y sin precedentes de intervención estatal (en 2008 y 2020) para evitar desastres económicos. El resultado ha sido el aumento de la deuda nacional a niveles insostenibles.

En 2007, la deuda pública de Estados Unidos ascendía a 9 billones de dólares, una cifra asombrosa. A finales de 2023, la deuda había ascendido a 34 billones de dólares. Dividido entre una población de 330 millones de personas, cada estadounidense tiene una deuda de 104.000 dólares. Esta espiral inflacionaria es insostenible. Las deudas deben ser pagadas. Esto requiere una intensificación masiva de la explotación de la clase obrera. Pero esto no se puede lograr democrática ni pacíficamente. Al igual que en el siglo XX, las élites gobernantes se ven obligadas a buscar una salida a la crisis a través de la guerra y el fascismo.

La deuda federal de Estados Unidos [Photo: Federal Reserve Economic Database]

Cuando hablé el año pasado en la primera conmemoración de Trotsky el 20 de agosto de 2023, afirmé:

Hoy nos enfrentamos precisamente a la situación descrita por Trotsky en el documento fundacional de la Cuarta Internacional, que escribió en 1938, justo un año antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial: “Sin una revolución socialista en el próximo período histórico, una catástrofe atenta contra toda la cultura de la humanidad”.

¿Han corroborado los acontecimientos del año pasado esa advertencia? Seis semanas después de que nos reuniéramos el año pasado en Büyükada, el 7 de octubre se produjo el levantamiento de los gazatíes contra la opresión del Estado israelí. El Estado israelí aprovechó el levantamiento, que a su vez fue la consecuencia inevitable de su implacable negación de los derechos democráticos básicos del pueblo palestino, para lanzar una guerra genocida. Después de 10 meses de guerra, Gaza está en ruinas.

El número total de muertos, según un estudio realizado por la prestigiosa revista The Lancet, es de aproximadamente 180.000. Incluso podría ser más alto. Pero a pesar de que los crímenes del régimen fascista israelí han horrorizado a los pueblos del mundo, sus acciones son defendidas por todos los gobiernos imperialistas. Los Estados Unidos han proporcionado y siguen proporcionando a Israel las bombas y la artillería que se utilizan para matar a miles de hombres, mujeres y niños palestinos cada semana. Bajo el lema 'Israel tiene derecho a defenderse', los regímenes imperialistas están sancionando el uso del genocidio como instrumento legítimo de política estatal. En medio de sus atrocidades, Netanyahu, el Hitler israelí, fue invitado a dirigirse a una sesión conjunta del Congreso de los Estados Unidos, que es el más alto honor que se puede otorgar a un líder extranjero.

El descenso de Israel a la barbarie reivindica el pronóstico hecho por Trotsky en 1940. Oponiéndose al proyecto sionista, advirtió: 'El intento de resolver la cuestión judía mediante la emigración de los judíos a Palestina puede verse ahora por lo que es, una trágica burla al pueblo judío'. Este proyecto chovinista reaccionario ha implicado moralmente a la población israelí en un crimen de magnitud histórica. Los descendientes de las víctimas del genocidio se han convertido en los perpetradores de un genocidio. La clase obrera y la juventud israelíes deben liberarse de la ideología reaccionaria y la política del sionismo. Las palabras escritas por Trotsky hace 84 años han adquirido una urgencia apremiante: “Nunca había sido tan claro como hoy que la salvación del pueblo judío es inseparable del derrocamiento del sistema capitalista”.

Cuando nos reunimos el año pasado, la guerra por delegación de la OTAN en Ucrania contra Rusia ya había estado en curso durante 18 meses. La guerra no solo ha continuado un año más; Se está intensificando hasta el punto de amenazar con el estallido de una guerra nuclear a gran escala. Estados Unidos y la OTAN han dejado claro que no hay 'líneas rojas' que no estén dispuestos a cruzar. Durante las últimas tres semanas, Ucrania, utilizando armas y otros recursos proporcionados por Estados Unidos y la OTAN, ha invadido territorio ruso. Desde 1944, las fuerzas imperialistas no han ocupado Rusia. ¿En qué momento, cabe preguntarse, llegará el régimen de Putin a la conclusión de que no tiene más remedio que tomar represalias no sólo contra Ucrania, sino también contra sus patrocinadores estadounidenses y de la OTAN? Eso sería una catástrofe global.

Un tanque ruso destruido yace en un borde de la carretera cerca de Sudzha, región de Kursk, Rusia, el viernes 16 de agosto de 2024. [AP Photo]

El genocidio de Gaza y el conflicto entre la OTAN y Rusia son los actuales focos de una lucha global que pone en riesgo la supervivencia de la humanidad. El origen de este conflicto radica en la incompatibilidad del sistema de Estados-nación existente con la realidad de un sistema económico mundial globalmente interconectado. En el marco del capitalismo, no hay otra solución a esta contradicción básica que la guerra. La única alternativa viable a la guerra mundial es la revolución socialista mundial.

Si, como afirma el profesor Kelly, los males del capitalismo se pueden resolver con masajes reformistas y baños de pies, ¿por qué estamos asistiendo al resurgimiento del fascismo en todo el mundo? Los Hermanos de Italia de Meloni, la Agrupación Nacional de Le Pen en Francia, la AfD en Alemania, Vox en España y el trumpismo en Estados Unidos ejemplifican esta tendencia. Sin embargo, el crecimiento de estas organizaciones y movimientos no se deriva en este momento del apoyo masivo a la creación de un régimen similar al nazi. Más bien, los fascistas están explotando la frustración que surge de la indiferencia de los partidos tradicionales ante el deterioro de las condiciones sociales. Los fascistas, promovidos en los medios de comunicación y financiados por sectores de los oligarcas multimillonarios, dirigen esta frustración hacia los ataques contra los inmigrantes, que sirven hoy, como lo hicieron los judíos en las décadas de 1930 y 1940, como chivos expiatorios de los males del capitalismo.

En el bastión del capitalismo y el imperialismo mundial, la democracia estadounidense se tambalea bajo el peso de una crisis para la que el sistema político existente no tiene una respuesta progresista. El intento de golpe de Estado del 6 de enero de 2021, encabezado por el presidente Trump, marcó un punto de inflexión crítico en la historia de Estados Unidos. La afirmación de que eso 'no puede suceder aquí' —es decir, que Estados Unidos nunca podría volverse fascista— fue destrozada por los acontecimientos de ese día. El organizador del golpe no solo escapó al castigo. Vuelve a ser el candidato presidencial del Partido Republicano. Durante la semana pasada, el presidente Biden, en un momento de lucidez, hizo la siguiente declaración:

Donald Trump dice que se negará a aceptar el resultado de las elecciones si vuelve a perder. Piensen en eso. Promete un baño de sangre si pierde, según sus palabras. Y que será un dictador desde el primer día, en sus propias palabras. Por cierto, el tonto lo dice en serio. No, no estoy bromeando. Cualquier otra persona que dijera eso en el pasado, pensarías que estaba loco, pensarías que era una exageración, pero lo dice en serio.

Esta advertencia fue hecha por el presidente en ejercicio. Biden declaró explícitamente que Estados Unidos está a punto de convertirse en un estado policial. No menos notable que la declaración en sí fue, primero, que Biden no declaró qué haría para defender la democracia si Trump intentara otro golpe de Estado; y, segundo, que la advertencia de Biden apenas fue reportada en los medios de comunicación. El silencio demostró la indiferencia de la clase dominante estadounidense hacia la preservación de la democracia. De hecho, hay un consenso creciente en la oligarquía, en Estados Unidos pero no solo allí, de hecho en países de todo el mundo, de que sus intereses, a nivel nacional e internacional, son incompatibles con la democracia. Las élites gobernantes son plenamente conscientes de que el asombroso nivel de desigualdad social está provocando una mayor ira popular, y que los ataques a las condiciones de vida requeridos por el militarismo imperialista conducirán a una tremenda escalada del conflicto de clases. El giro de la clase dominante hacia el fascismo es un intento de prevenir y suprimir, con violencia, la radicalización política de la clase obrera y su giro hacia el socialismo. El peligro que plantean Trump y el Partido Republicano es muy real. Sin embargo, no hay una base de apoyo significativa dentro de la clase dominante para preservar las formas democráticas de gobierno. 

La teoría de la revolución permanente establece que en la época imperialista, la lucha por la democracia y la defensa de los derechos democráticos esenciales están inextricablemente ligadas a la lucha por el socialismo. La derrota del fascismo requiere el establecimiento del poder obrero y el derrocamiento de la propiedad y el control capitalistas de los medios de producción. Si bien no puede haber socialismo sin democracia, la preservación de la democracia es imposible sin socialismo.

Finalmente, el profesor Kelly concluye El crepúsculo del trotskismo mundial con la siguiente acusación: “Después de más de ochenta años de actividad trotskista, sin revoluciones, partidos de masas ni victorias electorales a su nombre… el movimiento trotskista se ha convertido en un callejón sin salida para los socialistas.” De todas las críticas que se han hecho a la Cuarta Internacional, ésta es la más estúpida y vulgar.

La crítica saca el proceso revolucionario de cualquier contexto histórico y político objetivo, e implica que el movimiento trotskista ha operado en un vacío político. No se enfrentó a condiciones objetivas adversas ni a enemigos de clase con vastos recursos a su disposición.

Kelly no menciona las fuerzas que fueron desplegadas por el estado capitalista y sus agentes en el movimiento obrero —burócratas sindicales, reformistas socialdemócratas, estalinistas, anarquistas, nacionalistas burgueses— para contrarrestar la influencia del movimiento trotskista .Para ser francos, el propio Kelly, con sus banalidades reformistas y su cinismo, es uno de los instrumentos empleados por la clase capitalista para socavar el crecimiento de la política revolucionaria entre los trabajadores.

David North firma copias de su libro La lógica del sionismo después de la conferencia en Büyükada.

La prueba de un partido revolucionario no es si es capaz, en todo momento y sin tener en cuenta las condiciones objetivas, de dirigir una revolución triunfante. Más bien, el criterio decisivo es si el partido luchó por políticas que se basaran en un análisis correcto de la situación objetiva y promovieran los intereses de la clase obrera.

Desde que el trotskismo surgió por primera vez como una tendencia política distinta en 1923, en oposición a la degeneración burocrática del Partido Bolchevique y del Estado soviético, ha adquirido una inmensa experiencia política. Se vio obligado a trabajar 'a contracorriente', en condiciones desfavorables en las que la clase trabajadora estaba dirigida y además mal dirigida por partidos estalinistas y socialdemócratas de masas. Pero la exactitud de la perspectiva y el programa de la Cuarta Internacional ha sido reivindicada por la historia.

En 1938, en un discurso de celebración de la fundación de la Cuarta Internacional, Trotsky predijo que la prueba de los acontecimientos históricos no dejaría de las agencias contrarrevolucionarias 'piedra sobre piedra'. Eso resultó ser cierto.

Los partidos estalinistas de masas del 'socialismo real existente' han sido destrozados y desacreditados. La burocracia soviética disolvió la URSS. Los partidos socialdemócratas, indistinguibles de los partidos burgueses tradicionales, ya no promueven una agenda para la reforma del capitalismo, y mucho menos para el establecimiento del socialismo. Una tras otra, las organizaciones que afirman haber descubierto un nuevo camino —como Podemos en España o Syriza en Grecia, la Marea Rosa en América Latina— son desacreditadas por los acontecimientos. Uno tras otro, los campeones de una 'tercera vía' hacia la paz y la prosperidad que no requiere ni lucha de clases ni revolución social, son expuestos como estafadores impotentes como Corbyn o siniestros criminales políticos como el ex primer ministro de Gran Bretaña Tony Blair.

La Cuarta Internacional es un partido de la historia. Fue fundado para llevar hasta el final la tarea esencial de la época de la agonía del capitalismo: El fin de la opresión capitalista a través de la revolución socialista mundial. Es cierto que la lucha por el socialismo ha resultado ser más complicada y prolongada de lo que Marx y Engels habían previsto originalmente. Pero las leyes del desarrollo social descubiertas por la concepción materialista de la historia y las contradicciones del modo de producción capitalista analizadas en Das Kapital no han sido superadas. La época de la revolución socialista mundial que comenzó en octubre de 1917 no ha terminado.

Los acontecimientos objetivos están empujando a la clase obrera internacional, que sigue siendo la principal fuerza revolucionaria de la sociedad, a una lucha cada vez más consciente contra el capitalismo y, por lo tanto, hacia el trotskismo, el marxismo del siglo XXI.

(Publicado originalmente el 26 de agosto de 2024)

Loading